Según el diccionario, eufemismo es el “modo de decir o sugerir con disimulo o decoro ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. ¡Maravillas de la lengua y del inconsciente! Una somera relación de la Prensa, en pocos días, me ha hecho descubrir (por un estremecimiento de incomodidad al leerlos) los siguientes eufemismos: no vidente, por ciego (¿ofende nuestra buena conciencia de videntes algo distraídos hacia el destino ajeno?); clases económicamente débiles, por pobres: apreciación del dólar, por subida (¿subirá menos, si está apreciado?); afección, por enfermedad (debe ser más difícil morirse de una afección que de una maldita enfermedad) y una joya de nuestro lenguaje… (o de nuestro inconsciente):intervención militar, por invasión. Seguramente el país que interviene militarmente atente menos contra los derechos de los nativos que un brutal que invade.
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Sin embargo, no hay eufemismo inocente… El lenguaje, creado, en principio, para expresar la realidad, ha inventado su propia máscara: es utilizado muchas veces, para ocultarla, respondiendo a determinados intereses. Así, los interrogatorios de rigor a los que son sometidos los prisioneros o detenidos en muchos países disimulan la tortura en su acepción más brutal, y los reajustes de plantilla los despidos lisos y llanos.
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La pregunta ronda los ejemplos: ¿Cuándo y por qué una sociedad o algunos de sus individuos apelan al eufemismo? ¿Es posible que el lenguaje consiga, verdaderamente, ocultar la realidad? Entonces recuerdo un decreto inefable de la Junta Militar uruguaya en los años 60:(…) por decreto se prohibían ocho palabras. No era posible pronunciar ni escribir las palabras tupamaro, revolucionario, célula, marxista, etcétera. De modo que cuando un tupamaro asaltaba un banco (porque la desaparición en el lenguaje no consiguió eliminarlos de la realidad), los ciudadanos probos y bien nacidos, respetuosos de las leyes y decretos, debían decir los sediciosos, única palabra aceptada, que de pronto gracias al ingenio popular, se transformó en los deliciosos. Eliminar una palabra (o sustituirla por un eufemismo) es una de las peores confesiones de impotencia o debilidad: en lugar de transformar los hechos, que son los que nos disgustan, operamos sobre el lenguaje, que no es más que la representación simbólica. Como si secretamente creyéramos en la identidad de la cosa y los sonidos destinados a expresarla. Pero un país que eliminara de su vocabulario la palabra frío, seguiría sintiéndolo.
Agradecimientos a Lu Boscá, http://magiadepalabras.blogspot.com/, y a Viktor Gómez: http://viktorgomez.blogspot.com/
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