Los nombres y las manchas. Escritos sobre arte
José-Miguel Ullán. Foto: Archivo
José Miguel Ullán (1944-2009) fue un poeta
vanguardista, que es como decir que su obra tenía más que ver con las palabras
que con los sentimientos. Además, desplegó una importante actividad cultural
(fundador del suplemento Culturas de Diario 16, cofundador del Salón de los
XVI, creador de la colección de Poesía / Cátedra, guionista de programas
culturales en radio y televisión). Y antes de todo esto, en el exilio parisino
de los setenta, responsable de las emisiones en español de France Culture. Si
resumo así su biografía es para señalar que su mirada sobre las artes era sumamente competente y que sus
textos sobre arte bien habrían podido ser los de un crítico o un ensayista, pero su autor se esmeró en que no lo fueran en
absoluto.
Su acertado subtítulo es Escritos sobre arte. Y eso son: palabras inspiradas en imágenes, un escribir que nace del mirar pero que no se agota en ello.Casi al contrario, ese punto de partida va quedando atrás y la literatura toma libre y plena posesión del discurso. En él está Ullán de cuerpo entero. A pesar de sus más de cuatrocientas páginas, los artistas presentes son sólo dieciocho, porque a algunos (Broto, José Luis Cuevas, Luis Fernández, Vicente Rojo, Juan Soriano, Zush y sobre todo Tàpies) les dedicó varios textos. A destacar también la procedencia: españoles o mexicanos. Fueron textos en su mayor parte escritos para catálogos y sólo en un par de casos se trata de artículos de prensa. El más antiguo data de 1966 y el más reciente de 2006.
A su manera, imprevisible y a veces desesperantemente oblicua, la escritura de Ullán logra trazar algunos retratos magistrales de los artistas en cuestión. Lo es el de Luis Fernández, el de Zush, el de Frida Khalo. En otras ocasiones, en mi opinión, la potencia poética excede por completo el marco conceptual y constituye una obra autónoma. Entonces nos perdemos en una narración que nunca es convencional ni en el tono ni en el vocabulario, ni en la forma de pensar ni en la de decirlo. Por su extensión y su aliento, a veces lleva a cabo lo que podrían ser casi pequeñas novelas. Es el caso de Francisco Peinado, para el que urde un asombroso pastiche en el que escucharemos a Peinado contar su vida “de puño y letra”.
Lo que resulta más sugerente de la escritura de Ullán es su capacidad de correr pareja a la pintura. No intenta disolver su misterio sino adensarlo. Textos que cubren la página con idéntica ferocidad que si utilizara un pincel, porque las palabras no están ahí para decir sino para ser. Sin embargo, no piense el lector que Ullán hace su obra a costa de los pintores. Hay una laboriosa construcción en su honor en cada uno de los textos, una ramificada aproximación a su obra. Lo que sucede es que no se trata de hablar de ellos, sino con ellos o desde ellos. Ha de ser el lector en que los vea al trasluz de estas páginas.
Su acertado subtítulo es Escritos sobre arte. Y eso son: palabras inspiradas en imágenes, un escribir que nace del mirar pero que no se agota en ello.Casi al contrario, ese punto de partida va quedando atrás y la literatura toma libre y plena posesión del discurso. En él está Ullán de cuerpo entero. A pesar de sus más de cuatrocientas páginas, los artistas presentes son sólo dieciocho, porque a algunos (Broto, José Luis Cuevas, Luis Fernández, Vicente Rojo, Juan Soriano, Zush y sobre todo Tàpies) les dedicó varios textos. A destacar también la procedencia: españoles o mexicanos. Fueron textos en su mayor parte escritos para catálogos y sólo en un par de casos se trata de artículos de prensa. El más antiguo data de 1966 y el más reciente de 2006.
A su manera, imprevisible y a veces desesperantemente oblicua, la escritura de Ullán logra trazar algunos retratos magistrales de los artistas en cuestión. Lo es el de Luis Fernández, el de Zush, el de Frida Khalo. En otras ocasiones, en mi opinión, la potencia poética excede por completo el marco conceptual y constituye una obra autónoma. Entonces nos perdemos en una narración que nunca es convencional ni en el tono ni en el vocabulario, ni en la forma de pensar ni en la de decirlo. Por su extensión y su aliento, a veces lleva a cabo lo que podrían ser casi pequeñas novelas. Es el caso de Francisco Peinado, para el que urde un asombroso pastiche en el que escucharemos a Peinado contar su vida “de puño y letra”.
Lo que resulta más sugerente de la escritura de Ullán es su capacidad de correr pareja a la pintura. No intenta disolver su misterio sino adensarlo. Textos que cubren la página con idéntica ferocidad que si utilizara un pincel, porque las palabras no están ahí para decir sino para ser. Sin embargo, no piense el lector que Ullán hace su obra a costa de los pintores. Hay una laboriosa construcción en su honor en cada uno de los textos, una ramificada aproximación a su obra. Lo que sucede es que no se trata de hablar de ellos, sino con ellos o desde ellos. Ha de ser el lector en que los vea al trasluz de estas páginas.
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