RECUPERO un articulo del 2004 de la excelente COMISARIA y critica de arte ANGELA MOLINA sobre ANA MENDIETA, LA COMPROMETIDA ARTISTA MULTIDISCIPLINAR CUBANA.
Diosas y felpudos
Ana Mendieta (1948-1985) realizó una dramática exploración del cuerpo femenino a través de sus esculturas, performances e imágenes. La artista cubana usó su cuerpo en un "diálogo" con la naturaleza, además de indagar metafóricamente en rituales animistas. El Museo Whitney, de Nueva York, revisa quince años de esta exiliada isleña en la más ambiciosa muestra de su trabajo. Una obra entre el body art, el land art y el arte conceptual.
'Ánima, silueta de cohetes' (1976), imagen de una 'acción' de Ana Mendieta
Posiblemente Picasso haya sido el inventor de esa especie de apartheidcultural que consideraba a las mujeres "diosas o felpudos",
jamás artistas. Pues bien, Ana Mendieta (La Habana, 1948-Nueva York, 1985)
escogió y revisó esos dos términos para bosquejar su insatisfacción personal
que nacía desde la experiencia de dominio por parte del alma y una mirada ávida
sobre el paisaje, unidos por la necesidad imperiosa de la representación. Su
obra significa el transporte hacia la naturaleza -la tierra- pero capaz de
colocar al espectador en el reino de lo impalpable; también es la mujer como diosa
humilde que retrata su negatividad en un túmulo de piedras, en una silueta de
barro o en las huellas ancestrales que celebran el triunfo de las formas
femeninas, tal era su obsesión por lo corporal y esa querencia mágica y
espiritual, que ella misma pondría en relación con sus raíces cubanas:
"Fue durante mi infancia en Cuba", escribió "cuando por primera
vez me fascinaron las culturas y el arte primitivos, como si esas culturas
estuviesen dotadas de un conocimiento interno, una cercanía a las fuentes
naturales. Este sentido de lo mágico ha influenciado mi actitud personal hacia
la creación artística". Mendieta vivió doble y dolorosamente ese apartheidque la condenó como mujer en una sociedad pornográficamente machista y
como cubana en el exilio, tras ser enviada súbitamente a Estados Unidos, con 12
años, separándose de su madre y de su poderosa y amada abuela.
La obra de Mendieta es también el intento de ver el cuerpo de la mujer
desde las caras opuestas de la ecuación sexual, desde el hombre que usa y abusa
de ella, y desde la mujer que sufre de forma ambivalente esa apropiación,
experimentada como una violación brutal, como sugiere la performance Rape Scene (1973) realizada un mes después de un incidente en el
campus de la Universidad de Iowa, en el que una estudiante había sido violada y
asesinada. La artista invitó a sus amigos a que la visitaran en su apartamento
de Moffitt Street, donde los esperaba sobre una mesa, medio a oscuras, atada,
desnuda de cintura para abajo manchada de sangre. En el suelo, a su alrededor,
había platos rotos y sangre. Años más tarde, en una entrevista, explicó hasta
qué punto el incidente la había "conmovido y aterrorizado":
"Creo que toda mi obra ha sido así, una respuesta personal a una
situación... No veo cómo puedo ser teórica sobre un tema como ése".
Mendieta quería "nombrar" la violación, romper el código de silencio
y anonimato que la rodeaba, escenificar el incidente como un tableau impresionante, violento, y construir un testimonio, el acto de
presenciarlo, el "suceso teniendo lugar". Un año antes, había
producido su serie de tresperformances (Bird Transformations), en las que el cuerpo femenino intenta liberarse del deseo masculino: en Venus generosa, Feathers on a Woman y Death of a Chicken cubre el cuerpo de una mujer con plumas de pollo,
dejando a la vista tan sólo las manos y los pies. La artista sacrifica
ritualmente el pollo blanco, que es embadurnado con su propia sangre, una
metáfora de la iniciación sexual.
En sus tempranas obras de
1972, Ana Mendieta sostiene una lámina de cristal que estaba pegada a su
cuerpo, apretando la carne contra ella y distorsionando así su imagen. En la
película Stomach Mirage (1974) se aprieta con las manos el vientre redondo,
que tiene el mismo aspecto como si estuviera embarazada. Lentamente levanta un
cuchillo y con él abre el abdomen. Del primer corte comienzan a salir plumas,
entonces se levanta y las deja flotar libremente en el aire. En la serie Siluetas, de entre finales de los setenta y los ochenta, se clava en la tierra o
deja en ella la huella del contorno de su cuerpo: utiliza la pólvora o velas
sagradas para prender fuego a la forma de su cuerpo, dejando los residuos
chamuscados en una cavidad de sombra protegida por tierra levantada, esculpe su
perfil en una pared de roca y lo rellena de barro, se entierra, se absorbe a sí
misma en la tierra, y ella la absorbe. La madre naturaleza la acoge en un
abrazo místico. Son representaciones del cuerpo como recuerdo viviente y
silueta superviviente.
Estas acciones e intervenciones intencionadamente efímeras, con algunas
de las performances de principios de los setenta o la actividad
escultórica que la artista cubana llevó a cabo en los ochenta con materiales
frágiles y perecederos como el barro, la hierba o el agua, se muestran ahora en
el Museo Whitney, en una exposición comisariada por Olga Viso, que reúne más de
cien trabajos, entre fotografías, dibujos, películas súper 8 y secuencias de
diapositivas, lo que supone un paso más en la valorización del trabajo de una
autora que hasta 1997 no había sido entendida en toda su fuerza crítica,
gracias a la exposición comisariada por Glòria Moure para el Centro Galego de
Arte Contemporáneo y la Fundació Tàpies, y que posteriormente pudo verse en
Düsseldorf, Miami y Los Ángeles. En 1986, poco después de su muerte, el New
Museum of Contemporary Art de Nueva York celebraba una retrospectiva de su obra
centrada en su periodo de 1975-1985, con su obra de 1972-1975 en los campos del
cine experimental, el vídeo y laperformance representada como actividad
periférica, lo que hizo que la crítica subsumiera la dimensión activista y
reflexiva de aquellos trabajos a la luz de la fascinación por el mito de la
diosa y de la relación de la artista con Cuba.
Siluetas - Arbol de vida
La obra de Ana Mendieta no es tan periférica como se ha pretendido por
su relación con los rituales y costumbres afrocubanas y su condición feminista,
una marginación que formaba parte de la economía de sacrificio en el seno de la
modernidad. La muestra del Whitney supera estas limitaciones al situar su
trabajo a medio camino entre el body art, elland art y el arte conceptual. Una
alternativa, a escala más íntima, de la obra más titánica de Robert Smithson, a
quien admiraba y para quien el paisaje, además de ser un lugar de posible renovación,
era también un lugar de abandono, en el que todo lo que subsistía era el detritus de la ruinosa historia de la civilización: "Mis obras son
inmersiones en la naturaleza, en los elementos mismos que me produjeron,
utilizo la tierra como lienzo y mi alma como instrumento", escribe
Mendieta. Exploró para ello la riquísima tradición de la santería, sincretismo
cubano que mezcla la simbología animista de los cultos yorubas con la
iconografía del catolicismo contrarreformista español; y la llevó a donde mejor
sabía, primero al cuerpo, su propio cuerpo de mujer, sujeto paciente de la
violencia, el erotismo y la muerte; y en sus últimos años a la naturaleza,
lugar de deseo y disolución, donde situaba el "duplicado" que
contenía el contorno y las proporciones de su cuerpo, pudiendo prescindir de sí
misma como objeto de la obra y trabajar directamente con la forma, el residuo y
la huella. Una huella que ha quedado como modelo e identidad ideal de un arte
que convirtió la desesperación y el exilio en éxtasis y transporte.
Ana Mendieta: Earth Body, Sculpture and
Performance. Whitney Museum. 945 Madison Ave. Nueva York. Hasta el 19 de septiembre.