EDUARDO HARO IBARS
Parecían envueltos
en la sombra o presos cómplices de la cultura oficial.
Esperaban tal vez en catacumbas llenas de telarañas a que dejase de brillar el sol
de los imperios y de la tiranía. Algunos se refugiaron en actividades
marginales: el comic o cierta prensa hecha como de papel de estraza; la
prensa más libre y más divertida dentro de un país que nunca ha sido lo
primero, ni lo es ahora, y que a menudo es solo lo segundo de manera por
completo involuntaria. Los poetas se escondían en discotecas, se
emborrachaban con bebidas de azul desesperanza o soñaban en extraños paraísos de
chocolate. Estaban puestos en hibernación, como en la canción
de Ferré,
esperando a que les comprasen.
Ahora que los
tiempos no han cambiado —pero que lo parecen, y la apariencia es
importante para quienes la cultivan— resurgen. Van por los bares y por el
Metro. Venden allí manifiestos extraños, como ese Manifiesto de la poesía mercantilista,
que pretende hacer del poema una mercancía —ingenuos, que no saben que ha [sic]
tiempo ya lo es: que los escaparates de los grandes almacenes están hechos con
poesía vendida y que las campañas de publicidad se hacen con el mismo
ingrediente que ellos quieren vender— y tomar como única musa a los clientes. O fabrican
revistas de
escasísima tirada, como esa llamada Nihil,
que se edita en Alicante que
es como un manual de dadaísmo pasado por agua turbia. O Tábala, también de Alicante, especie de
taller colectivo de investigaciones; esta última
revista recoge como poesía una entrevista a un travesti de Elche —hay que tener
valor para competir con las Palmeras, la Dama y el Misteri, que son
travestis de siempre—, o un artículo sobre el conjunto neoyorquino Velvet
Underground. Y, el otro día, pude ver a un joven que en el Metro de Madrid se acercaba,
tímido, a los apresurados pasajeros y les decía: “¿Te interesa la
poesía?”, intentando vender un volumen púdicamente titulado Vivencias. Vivencias,
decimonónica palabra que el poeta susurraba, porque los bardos de ahora han
perdido la voz; se la ha ahogado el polvo de las catacumbas, y pasará tiempo
antes de que volvamos a escuchar sus gritos. El último poeta gritón que tuvimos
era Carlos Oroza, ahora perdido en el pasado.
Hay también
poetas que gritan, pero dicen que son cantantes de rock.
Siempre han
sido cantantes de rock, incluso
cuando no había rock; ahora son poetas de
quince años —o de dieciséis, o de diecisiete, no hay que exagerar—, que
cultivan una deliciosa fealdad y manifiestan una agresividad
combativa contra todo y contra todos. Y contra el Todo, que dicen otros.
Estos poetas militan en grupos punk: Kaka de Luxe, Mermelada de
Lentejas, etcétera. Siguen el ejemplo de Ramoncín el
Olvidado —injustamente
olvidado, por cierto—, y el más antiguo aún de Pau Riba,
aquel tierno santón de los años sesenta que acaba de reeditar sus dos obras maestras,
Dioptría 1 y 2,
en Edigsa. Hacen todos ellos una poesía sin pretensiones, como si deseasen
hacerse perdonar por lo que son y que les tomasen por otra cosa. “Soy un poeta
y lo sé, pero no lo divulgues”, como cantaba Bob Dylan antes de dejar definitivamente
de ser poeta. No deben querer, entre otras cosas, que les tomen en serio; y
hacen bien, porque ya está el país, y el mundo entero, demasiado saturado de
mensajes y pamemas. Conviene más insultar que dar la paliza con mensajes, y
vale más un grito que mil palabras mal dichas.
La poesía —como
todo— está cambiando: ya no bastan las proclamas surrealistas,
y eso lo comprendieron los mismos surrealistas, que heredaron de sus
vanguardias anteriores el amor del panfleto y del espectáculo.
La poesía ha de empezar a hacerse en la calle, bajo las esbeltísimas
farolas naranjas de la carretera de la Playa,
o bajo los pasadizos del
Centro Argüelles. La poesía, recuperando la tradición del
dandysmo, ha
de hacerse mucho más con gestos que con palabras.
Revista
Triunfo 830, “Cultura a la contra”, 23 diciembre
1978, p. 56.
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Un autorretrato" (por Eduardo Haro Ibars) --poema--
Para B.U.M., como de costumbre, aunque
ahora esté en otras cosas.
Cae la mano derecha avión perdido
se posa en gritos jóvenes y en árboles
de intensidad variable donde te encuentro viva
Mano izquierda en Madrid de madrugada
(el decorado es parte de mi cuerpo)
inventa con un gesto algo cansado
escaparates donde está tu sombra
vestida de tormenta y de semáforos
(A lo lejos
escucho acentos música de aquella
que nos acompañó cuando moríamos
perdidos en el día y sus fantasmas)
Ojos desgranan horas y misterios
perdidos en lo oscuro de su luz
intermitentes dicen algún nombre
algún recuerdo que bebimos juntos
(no hará mucho ¿has perdido
su cuerpo en tu desván? ¿o lo mantienes
en alcanfor y en vino diluido?)
Ojos tan fijos en tus cielos siempre
que romperán la escarcha
(sólo porque me aburro si no tiemblas conmigo)
El rostro entero es animal de noche
animado por ángulos tan bruscos
se diría que intenta hacerse ambiente
paisaje para ti lámina blanca
donde imprimir tus signos
El rostro es campo donde batallamos
cuando buscamos tiempo en el deseo
(¿Te acuerdas de esa calle? ¿de ese bar sin fronteras?
¿de ese muchacho al parecer alegre
que nos miraba fijo y que silbaba?)
Mi cuerpo es una historia de dragones
(te encuentro siempre en sus esquinas duras
y te pierdes a veces en mi noche)
Mi cuerpo es una máquina de juegos
infinito billar multiplicado
y en él quiero moverme muy despacio
hasta hacerlo tu mundo y tu sentido
(pero tú te hipnotizas y te alejas
y eres de pronto un barco sin sonrisas)
Casi no hay venas en mis brazos ¿sabes?
casi no hay avenidas de suicidio
Carreteras cortadas
callejones
sin salida aparente mis arterias
donde a veces te bañas y eres calma
y eres mensaje eléctrico de agujas
y eres voz verdadera de este mundo
Y no olvido mi sexo ese hormiguero
habitación de noche sin ventanas
Mi sexo guante de cazar esponjas
sexo escorpión que bebe lo que olvidas
allí en la cima oculta y tan difícil
donde los niños hacen los libros de hiedra y duro despertar
Ni mis piernas
Cae la mano derecha avión perdido
se posa en gritos jóvenes y en árboles
de intensidad variable donde te encuentro viva
Mano izquierda en Madrid de madrugada
(el decorado es parte de mi cuerpo)
inventa con un gesto algo cansado
escaparates donde está tu sombra
vestida de tormenta y de semáforos
(A lo lejos
escucho acentos música de aquella
que nos acompañó cuando moríamos
perdidos en el día y sus fantasmas)
Ojos desgranan horas y misterios
perdidos en lo oscuro de su luz
intermitentes dicen algún nombre
algún recuerdo que bebimos juntos
(no hará mucho ¿has perdido
su cuerpo en tu desván? ¿o lo mantienes
en alcanfor y en vino diluido?)
Ojos tan fijos en tus cielos siempre
que romperán la escarcha
(sólo porque me aburro si no tiemblas conmigo)
El rostro entero es animal de noche
animado por ángulos tan bruscos
se diría que intenta hacerse ambiente
paisaje para ti lámina blanca
donde imprimir tus signos
El rostro es campo donde batallamos
cuando buscamos tiempo en el deseo
(¿Te acuerdas de esa calle? ¿de ese bar sin fronteras?
¿de ese muchacho al parecer alegre
que nos miraba fijo y que silbaba?)
Mi cuerpo es una historia de dragones
(te encuentro siempre en sus esquinas duras
y te pierdes a veces en mi noche)
Mi cuerpo es una máquina de juegos
infinito billar multiplicado
y en él quiero moverme muy despacio
hasta hacerlo tu mundo y tu sentido
(pero tú te hipnotizas y te alejas
y eres de pronto un barco sin sonrisas)
Casi no hay venas en mis brazos ¿sabes?
casi no hay avenidas de suicidio
Carreteras cortadas
callejones
sin salida aparente mis arterias
donde a veces te bañas y eres calma
y eres mensaje eléctrico de agujas
y eres voz verdadera de este mundo
Y no olvido mi sexo ese hormiguero
habitación de noche sin ventanas
Mi sexo guante de cazar esponjas
sexo escorpión que bebe lo que olvidas
allí en la cima oculta y tan difícil
donde los niños hacen los libros de hiedra y duro despertar
Ni mis piernas