La abducción propone hipótesis, la deducción saca conclusiones de estas
hipótesis, y la inducción contrasta dichas conclusiones con la experiencia para
reforzar o refutar las hipótesis propuestas. Abducción, deducción e inducción
son, pues, las tres formas básicas de la inferencia. Y los pilares del método
científico.
Según Peirce, hay tres tipos de seres
humanos: artistas,
gente práctica y científicos. Los
artistas ven el mundo como si fuera un gran cuadro; para la gente práctica el
mundo es una “oportunidad”; y los científicos se dedican a “la investigación
diligente de la verdad por el mero afán de penetrar en la razón de las cosas”.
En sus momentos más inspirados, y aunque no siempre sean conscientes de ello,
los tres tipos de seres humanos utilizan de forma creativa la abducción, que
Peirce asocia a la sorpresa y redefine de este modo: “Observamos el hecho
sorprendente C; si A fuese verdadero, C sería obvio; luego es probable que A
sea verdadero”. Así funciona la mente humana, buscando el orden a partir de la
sorpresa. Y así avanza la ciencia.
por cortesia de CARLO FABRETTI
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El juego de la ciencia // Carlo Frabetti
* Escritor y matemático
Que no cunda el pánico: no voy a hablar de supuestos secuestros perpetrados por alienígenas. Pues, aunque es más conocida la acepción esotérica del término, en la jerga de la lógica y la dialéctica la abducción es un silogismo atípico (o imperfecto, podríamos decir) cuya premisa menor no es segura, sino solo probable. El ejemplo aristotélico clásico es el siguiente: “La ciencia puede ser enseñada; la justicia es una ciencia; luego la justicia puede ser enseñada”. El nombre de este tipo de silogismos “inseguros” se debe a que en ellos la atención se desvía –se abduce– de la conclusión para centrarse en la premisa menor. En el citado silogismo de Aristóteles, por ejemplo, el razonamiento abductivo nos lleva a preguntarnos en qué medida la justicia es una ciencia.
Puesto que, tanto en la vida cotidiana como en la investigación científica, casi nunca estamos seguros de nada, en realidad la mayoría de nuestros razonamientos son abductivos: los silogismos perfectos solo tienen cabida en los cursos de lógica y en la matemática pura. Y esto llevó al científico y filósofo estadounidense Charles S. Peirce, a finales del siglo XIX, a proponer el concepto de abducción –redefinido por él– como clave del pensamiento creativo. Para Peirce –precursor de la semiótica y padre del pragmatismo– la abducción no es una mera anomalía o variante imperfecta de la deducción, sino que, en pie de igualdad con esta y con la inducción, constituye el trinomio básico del pensamiento, y muy especialmente de la generación de nuevas ideas. La abducción propone hipótesis, la deducción saca conclusiones de estas hipótesis, y la inducción contrasta dichas conclusiones con la experiencia para reforzar o refutar las hipótesis propuestas. Abducción, deducción e inducción son, pues, las tres formas básicas de la inferencia. Y los pilares del método científico.
Según Peirce, hay tres tipos de seres humanos: artistas, gente práctica y científicos. Los artistas ven el mundo como si fuera un gran cuadro; para la gente práctica el mundo es una “oportunidad”; y los científicos se dedican a “la investigación diligente de la verdad por el mero afán de penetrar en la razón de las cosas”. En sus momentos más inspirados, y aunque no siempre sean conscientes de ello, los tres tipos de seres humanos utilizan de forma creativa la abducción, que Peirce asocia a la sorpresa y redefine de este modo: “Observamos el hecho sorprendente C; si A fuese verdadero, C sería obvio; luego es probable que A sea verdadero”. Así funciona la mente humana, buscando el orden a partir de la sorpresa. Y así avanza la ciencia.
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