Miguel Martínez López, Madrid, 1982. Profesor de Filosofía en Bachillerato. Ha participado en antologías y festivales como la del III Día Internacional de la poesía en Segovia o Voces del extremo 2014: Poesía y Resistencia. En 2014 ha publicado Mis pies de mono, su primer poemario, con la editorial Baile del sol. Reside en Madrid e intenta, como usted, ser feliz un rato largo, si es posible.
Dios está mayor
Dios no ha muerto todavía.
Dios lleva unos cuantos siglos
jubilado
Baja todas las mañanas
con su chándal de estrellitas
y sus manos a la espalda
a contemplar el mundo.
Primero hace un poco de ejercicio
en una de esas bicicletas estáticas
que ponen en los parques
Dios se monta, pedalea
y lentamente van girando las galaxias.
Luego se sienta en un banco
a ver cómo el sol riega las calles
con su manguera de fotones
hasta que se cansa y se dedica
a alguno de sus pasatiempos favoritos:
incendiar algún arbusto
separar las aguas de los charcos
multiplicar salmones y baguettes
convertir el agua mineral en vino tinto
todas esas cosas que le gustaba hacer
en sus buenos tiempos.
Los domingos por la tarde
Dios juega a la petanca
con sistemas planetarios muy lejanos.
Los lunes madruga,
baja andando al bar de siempre
y se toma un carajillo
luego se gasta en una tragaperras
algunas trayectorias de los átomos.
Dios está mayor,
se aburre
a veces se queda dormido
en cualquier parte
la última vez mientras roncaba
en su sillón de nubes
aquí abajo pasamos
dos guerras mundiales
veinticinco terremotos
y algunos genocidios.
El pobre ya no habla con nadie
y cuando la gente reza
sube el volumen de la lluvia.
Cada vez recuerda menos cosas
y ya no es tan omnisciente
como cuando era joven.
Son las cataratas del Niágara
las que tapan sus pupilas
los bosques nevados de Siberia
las canas que le han salido en la cabeza
el cambio climático
sus problemas de la próstata.
Él, que puso en pie la gravedad
que alicató el solito la Vía Láctea
que en su divina juventud
fue un Dios salvaje
de esos que por un pequeño enfado
desataban sin pensar El Gran Diluvio
y ahora, pobre
ya no le quedan fuerzas
para tanta omnipotencia.
Dios está muy pero que muy mayor
cada vez que sale de la ducha
y se mira en el espejo
se vuelve un poco más ateo.
El día que Dios se muera
no habrá grandes funerales
ni un coro de alondras y cigarras
entonando un réquiem
ni una bella explosión de supernovas
Dios se apagará despacio
en un tímido rincón de su universo
con la misma sencillez
con que se apaga la luz de la cocina
sin hacer apenas ruido
lentamente
como se apagan siempre
las grandes ilusiones.
Las cosas son las cosas
Las cosas son las cosas
y no hay mucho más misterio
la piedra
cada mañana se coloca su disfraz de piedra
y sigue el guión a rajatabla
no improvisa
pero es imposible hacer tan bien de piedra
como lo hace ella.
Las paredes de esta casa
no echan de menos a los inquilinos antiguos
el cuchillo duerme a pierna suelta en el cajón
y no sueña con bañarse desnudo
en la sopa de verduras.
No esconde dudas existenciales mi zapato
y la silla no se siente abandonada cuando me levanto.
El paraguas negro
no tiene complejo de pingüino
y el pingüino
se conforma con vivir apingüinado.
Las cosas son lo que son
y están tranquilas en ese límite
sólo yo de entre todos los seres de este pequeño mundo
me muero por salir de mi frontera
por ser algo más que yo.
Solamente yo estaría dispuesto a dar un brazo
una pierna, un par de primaveras
cualquier cosa
por saber en este mismo instante
qué será de mí cuando yo no sea
qué comienza donde yo me acabo
qué demonios se siente
siendo tú.
Las muelas del juicio final
Nos encerraron en un círculo cuadrado
y nos pusieron a pensar en el futuro
Nos regalaron una zanahoria de plástico
nos llenaron el tiempo de peajes
y resistimos con tres muelas del juicio.
Nos pusieron a vivir en la afueras de la vida
en las afueras del amor
en las afueras…
Nos regalaban las sábanas
para que pariéramos tornillos.
Nos alimentaron con pienso
nos explicaron
la mecánica del éxito
y resistimos con dos muelas del juicio.
Nos redujeron la alegría y la llamaron hobby
nos ensancharon el deseo
y lo llamaron grandes almacenes
nos precintaron las lágrimas
las más nuestras y tremendas…
Nos indicaron , nos contraindicaron
y resistía el juicio de una sola muela.
Brindaron con nosotros
por la fugacidad del tiempo
nos forraron el útero de hielo
Nos ordenaron los sueños
y a cambio nos devolvieron
un catálogo de muebles
Nos ocultaron la vida
pero nos compraron un poni
Nos sacaron los ojos y los echaron al cesto
nos sonrieron
en el idioma de las hienas
nos acariciaron
en el idioma de los perros
.
Nos dejaron, al cabo
provistos de todo
y desprovistos de muelas.
Cuando quisimos salir corriendo
ya era tarde
caminábamos tristes y correctos
desdentados
con el estómago lleno de todos los escombros
y nadie mordió a nadie
y nadie mordió nada
y todos mordimos el estúpido polvo
de la nada.
Este tío es un genio.
ResponderEliminarGenial Miguel Martínez!
ResponderEliminarMe parecen tres poemas brillantes, excelentes. Quizá nacidos de una lucidez dolorosa, pero envuelta en ironía para dulcificarse gracias al humor.
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