Si pudiera sonreir la luna, se te parecería.
La misma impresión dejas
de algo hermoso, mas aniquilador.
Ambos gustáis de pedir la luz prestada.
Su boca en O se lamenta del mundo: la tuya no se inmuta.
Convertirlo todo en piedra es tu primer don.
Al despertar, me encuentro en un mausoleo: asimismo aquí estás tú
golpeando tus dedos sobre el mármol de la mesa, en busca de
cigarrillos,
tan malévolo como una mujer, no tan nervioso, y
deseando decir algo para lo que no hay respuesta.
Tambien la luna humilla a sus sujetos,
pero resulta ridícula de día.
Tus insatisfacciones, por otra parte,
con amorosa regularidad llegan a mi buzón,
blancas y en blanco, expansivas como monóxido de carbono.
No hay día en que me libre de tus nuevas,
paseándote por África tal vez, pero pensando en mí.
Sylvia Plath
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