1/10/10
Esther Ramón. Codex de Poetas
Bio-bibliografía
Esther Ramón nació en Madrid en 1970. Ha escrito artículos de estética y crítica literaria para diversas publicaciones como Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Libros, Archipiélago, El Crítico, Hablar falar de poesía, Leer el Magazine Literario y Ubicarte. Durante los últimos seis años ha dirigido un taller de escritura poética de diseño propio -conectando la poesía con otras artes, como pintura o música-, que en la actualidad desarrolla en el marco de los cursos de escritura Fuentetaja. Ha publicado Tundra (Igitur, 2003); Casetas (Zambucho, 2005); “Geografía del frío”, introducción al libro Poemas encadenados de Pedro Casariego Córdoba (Seix Barral, 2003); e “Inundados: La “palabra-hueso” en la poesía de Rosa Lentini”, en Di yo. Di tiempo. Poetas españolas contemporáneas (Devenir, 2006). Tiene inéditos los poemariosReses y Grisú (de próxima publicación en la editorial Trea), Caza con hurones, Pájaro frío y Morada.
Poética
son nuestros
golpes en el
almacén
de sonidos
los hombres
del sol
se detienen
y acarician
el hierro
de sus arados
y calman
a las reses
que hallaron
clavos entre
el pienso
son nuestros
golpes y no
el silencio
--------
Poemas
(Pertenecientes al libro inédito Morada)
Soy adentro
y como,
en el extremo
derramado
de los tilos,
una papilla
dulce y espesa,
de madera,
y es interno
en el calor,
como huevos,
el lugar donde crecen
los árboles,
no cantaban los mirlos
en aquellos sillones,
eran grandes para ellos
y por eso no cantaban,
pero todos recordamos
con un picor en la garganta
que es allí por donde
crecen las ramas,
por las tuberías,
por el tiro ciego,
sí, como,
sigo comiendo,
todavía adentro
se alza el mástil,
un pequeño vigía
de largas piernas
que desde arriba
se columpia,
muebles y alimentos
viajan de uno a otro lado,
y esto no es un barco,
tampoco es un bosque
pero susurran y se agitan
los troncos, tan delgados,
las criaturas,
eran las manos enlazadas
de un mismo individuo
que se concentra,
sabía que eran manos
pero vi una paloma
que temblaba un poco
y sin abrir del todo
el pico,
vomitaba.
*** ***
En la cáscara
quebrada del cordel
está el peso del paquete
embalado en la mudanza,
un leve movimiento
de tijera
abre el mundo.
Aterrizo en la arena,
los nuevos pies
me construyen
se cuecen ladrillos,
se cortan en tamaños
regulares,
una fila de botas
que se ensamblan
una línea continua,
sin extremos
liba el sendero
o bloque de la espera
y sus piedras pulidas,
rezumantes.
Nunca antes habíamos
escuchado,
a veces, mascamos cristales,
en los sueños
de pronto hablan
los altavoces,
hablan por defecto,
sin pausas
entre los nombres
que recogemos
y metemos en agua,
como pálidas flores
germinadas
en las manos que secan
los ahogados.
Cruzar la calle
sin calle,
sin señales de paso,
saltar de una
botella a otra
sin derramarnos.
*** ***
Lo que respira atado
a la silla de dirección
única,
las carreras que transitan
por dentro,
con un cambio de luces,
los planos, las indicaciones
aproximadas:
segmentos en las puertas
de doble hoja,
y una cruz espesa
que señala, tal vez,
la situación
de otra ventana.
Para dormir había
que encaminarse
hacia una de las estancias,
pared con pared,
el peso
del lado derecho
de la silla,
había que concentrarse
en el dolor
todavía verde
de estas almendras,
masticarlas muy
despacio, atentos
a sus muy pequeños
gritos
y hablar con palabras
amargas, con una voz
racionada y aguda
ahora que aprietan
las correas
para que acudan lebreles
adiestrados con silbatos
y con presas vivas.
Es improbable.
Es adivinar uno
de sus nombres
de perro.
Es pronunciarlo
con la entonación
exacta.
Es un arco tensado
que apunta
al nido, que dispara
al ojo oculto del mirlo.
Es que acierte el mordisco
que libera.
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