Ayer 23 F celebramos una tarde diferente, con los relatos de MEMORIA DE LA PITANZA de Fermín, con música, buena gente y amistad.
Entre otros se leyeron estos dos relatos:
PLÁTANOS Y POLIZONES
(leido por Shiro Dani)
Estoy tan cansado de resbalar
que cuando como plátanos
me trago hasta su piel
Nunca
conocí a mi abuelo Fermín, murió a los 39 años el mismo día que mataron a
Durruti, pero mi padre me ha contado muchas historias sobre él: fue un amante
de la vida; le gustaba bastante la carne, y si era cruda, mejor; albergaba bajo
la faja baturra una navaja con cachas de nácar, y un revólver bajo el sobaco
derecho –era zurdo–, que se vio obligado a utilizar en alguna ocasión. En uno
de esos lances tuvo que abandonar Teruel y huyó con un amigo hacia el sur.
Desde allí embarcaron como polizones en un mercante que venía de Canarias rumbo
a Barcelona, un viejo vapor que recaló en varios puertos, demorándose algunos
días en llegar a la ciudad condal.
Hicieron
amistad con un polizón andaluz que también huía de la Guardia Civil. Llevaban
los bolsillos llenos de nueces robadas que
se comieron el primer día. Pero el hambre, que tiene memoria, volvió a
visitarlos al día siguiente. Se pusieron a rebuscar en la bodega que les servía
de escondite y no encontraron más que ratas que no se dejaron cazar. Al
anochecer, el malagueño se quedó dormido y los dos aragoneses, tozudos como
reza el tópico, siguieron buscando con tesón algo que llevarse a la boca. Su
terca insistencia se vio recompensada al encontrar en un rincón una cuba
repleta de plátanos, rara y exótica fruta para los tiempos de hambruna que
corrían, eran los felices años veinte, aunque no lo fueron tanto para algunos.
Sin duda irían destinados a deleitar el exquisito paladar de algún catalán
adinerado.
Mi
abuelo y su amigo nunca habían probado los plátanos, jamás los habían visto,
los conocían de oídas. En los secarrales turolenses semejante fruta tiritaría
de frío. Se pusieron como monos de tantos que comieron, pero olvidaron un
detalle que a los primates nunca se les ha pasado por alto. Al despertar, el
malagueño, más experto en cuestiones frugívoras, les hizo ver un pequeño pero
importante matiz que les habría evitado la indigestión soberana que después de
saciarse padecieron.
En su hambre canina
e ignorante
confundieron
continente y contenido
tragándolos a ambos
comieron los plátanos
sin quitarles la piel
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CALDO TERAPÉUTICO (leido por Félix Menkar)
Mi perro es un labrador
El padre de mi madre
también era labrador
Sus amos lo trataban
peor que a un perro
Siguiendo con mi padre y su escatología,
demos un gran salto hacia atrás, eran los años de su adolescencia, en la época
en que vivió con unos tíos que hacían las veces de padres. Tuvo la mala suerte
de pillar un constipado que se complicó posteriormente con una plumonía, como decimos allí. Pasó varios
días con fiebre muy alta, delirando. Su tía Genara, pionera ecologista, echó
mano de la medicina natural. Buscó los ingredientes para preparar el caldo que
ya había curado a más de un hijo de los cinco que tenía. Le llevó el brebaje a
mi padre, que tomó sin rechistar durante varios días. Era enero, y el caldo
estaba caliente. Una noche, ya repuesto y liberado de las fiebres, le preguntó
a su tía:
--Tía,
¿no me habrás dado de beber el mismo caldo que le diste al primo Pepito cuando
cayó malico? Me acuerdo que entonces me mandaste salir a la calle a recoger una
mierda seca de perro, luego la herviste en el puchero con un churritón de aceite, una pizca de sal y
una cabecica de ajos, y caliente, caliente, se la hiciste beber al primo. ¿No
me habrás dado eso a mí, verdad, tía?
--No
hijo, no, a ti cómo te voy a dar eso, con lo que yo te quiero.
Anda, duerme y calla
Ferminico
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