Mujeres de la Revolución. 1993
La retrospectiva de Anselm
Kiefer (Donaueschingen, 1945) en el Guggenheim-Bilbao abarca setenta obras de
su periodo francés (1992-2007). En su refugio de Barjac, cerca de Aviñón, el
pintor del mal absoluto y del Holocausto ha creado decenas de trabajos a gran
escala, muy acordes con el paisaje posindustrial de un taller de 42 pabellones
donde trabajan una treintena de personas que se mueven como hormigas entre
algunas de sus torres de plomo y sillería y kilómetros de claustrofóbicos
túneles. Quizás todos estos cuadros matéricos que ahora vemos
"embellecidos" en el edificio de Frank O. Gerhy nunca deberían haber
salido de allí, pues conducen el sentido de la obra en otra dirección, que
tiene más que ver con un Kiefer como figura "masterizada" que con el
arte como "artículo de consumo", que es a lo que el artista se ha
dedicado toda su vida, a poner dosis de religión, leyendas, alquimias y cábalas
donde otros ponen latas de sopa y brillo-boxes, a utilizar el anonimato
y la reclusión como propaganda donde otros utilizan la celebridad y la
accesibilidad, y a usar el plomo, la paja y las flores de girasol remozadas en
ceniza en lugar de pan de oro, fieltro y grasa. Kiefer, que sigue furtivamente
a Beuys y a Warhol, nos ofrece el mapa de los héroes espirituales alemanes y la
guerra desde una perspectiva puramente fetichista. "Coges un trocito de
tela azul y puedes decir que es el cielo con todas sus connotaciones. Coges un
trocito desgarrado de papel rojo y dices que es el cielo sobre Hamburgo visto
desde la cabina del piloto de un bombardero inglés. Es lo que está ocurriendo
ahora cuando los medios de comunicación muestran la guerra", explica el
artista a propósito de uno de sus primeros libros, El cielo(1969).
ANGELA MOLINA (fragmento)
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