Chúpame el código
2.0.
Ciberfeminismo
en tiempos de
guerra
«La
ciberfeminista es una mezcla única entre activista, ciberpunki, pensadora y
artista».
Alex Galloway
«La política de
los cyborgs es la lucha por el lenguaje y contra la comunicación perfecta,
contra el código único que traduce a la perfección todos los significados».
Donna Haraway
En 1997, un grupo de mujeres firmaron en la
Documenta de Kassel un texto titulado
Las 100 anti-tesis del ciberfeminismo con el que reivindicaban la fuerza de la
ironía como arma de intervención política radical. «El ciberfeminismo no es una
fragancia, no es una
pipa, no es un fake, no es genético, no tiene sólo
un lenguaje...».
Como artefacto de des-re-codificación, el
ciberfeminismo se formula pues,
voluntariamente, desde la parodia y el territorio del mito: una historia de
origen inidentificable, contada
una y mil veces, que niega la
primacía de una única versión sobre las demás. Y así, se convierte en un buen
lugar para pensarnos, indeterminado y fluctuante, que cobra
sentido por la acumulación de prácticas dispares que, desde el arte, la filosofía o la acción social han ido escribiendo las muchas micro-historias
de las que se compone. Ninguna más auténtica que las demás pero todas
igualmente válidas y cohesionadas en torno a una constatación,
susceptible de muchas declinaciones: la dimensión profundamente política de la
tecnología.
\ Sweatshop Y: http://www.schnews.org.uk
\ Sweatshop Y: http://www.schnews.org.uk
La web 2.0 ha cambiado nuestra manera de relacionarnos, de producir y consumir información, de adquirir y propagar conocimiento. Y uno de los fenómenos que más ha despertado las fantasías feministas de emancipación digital ha sido, lógicamente, el de la blogosfera, de la que nos hemos apropiado con voracidad para compartir experiencias, crearnos redes de apoyo mutuo, visibilizarnos unas a otras y, sobre todo, soñar con la posibilidad de una revolución que siempre nos decepciona. Porque no es cierto que en el cerebro colectivo haya sitio para todo el mundo. Cuando la libertad de expresión convive, como ahora, con una suplantación de la vida pública por formas más o menos atractivas de exhibicionismo hiper-real, es sólo una estrategia de despiste.
El espacio digital no existe en el vacío. Por el
contrario, se halla íntimamente intrincado en instituciones socio-políticas
excluyentes para todos aquellos que no entramos en la categoría de lo neutro —hombre,
blanco, occidental— y en valores atávicamente patriarcales como la
competitividad, el mito de progreso o el sometimiento del entorno en todas sus
formas, humano o natural.
¿Cuál es la posición real de las mujeres y los
hombres reales en el sistema de producción de la economía informacional? ¿Qué papel
nos toca a los otros (mujer, bollera, niño, negra, sin papeles), históricamente
excluidos de la producción de discurso, en eso que llamamos sociedad del
conocimiento? ¿Cómo puede ser viable un proyecto de emancipación política
radical —entendiendo política como algo que tiene que ver con los asuntos
comunes— en un entorno fracturado y sometido a vigilancia en el que se desmantelan
sistemáticamente las zonas sociales autónomas, las únicas en las que podrían
formularse códigos capaces de dar cobijo a la alteridad?
El lugar natural del ciberfeminismo no puede ser
otro que el de la tecno-política. Una tecno-política comprometida con el cuestionamiento
de todos los códigos de realidad —informáticos, sexuales, afectivos,
identitarios pero también, más que nunca, macro/económicos y geo/políticos— que
nos convoque a reflexionar
colectivamente sobre el patriarcado como modelo histórico de organización social y su transformación contemporánea en el
capitalismo tardío. No quisiera creer, como dice con humor Christine Tamblyn,
que digital sea sólo «otro nombre para ir de compras».
«Chúpame el código» es una frase sacada del Manifiesto de la zorra
mutante
de VNS MATRIX. Casi todas las referencias de este
texto pueden encontrarse
CC Ptqk 2007--- Ptqk 140
Zehar]140]141
(Del baúl de los recuerdos...archivo documental UBIKU)
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