LA TABERNA de CRACOVIA ¡Caramba!
13 julio 1996
El escritor y director de
cine Gonzalo Suarez mantuvo una charla con el escritor polaco Stanislaw Lem,
uno de los grandes maestros de la ciencia ficción que trasciende el género por
su originalidad, su reflexión ética y su habilidad para la intriga, la
conversación se realizo a través de un ordenador.
“El animal humano es un
proyecto más de la naturaleza en un contexto cósmico”
S.Lem
Una
insidiosa sordera le mantenía aislado. Su esposa puso como condición
hablar en ruso o en alemán. La mediación de un intérprete fue desestimada. Por
fin, el profesor Lem accedió a conceder la entrevista a través de
un ordenador instalado en una taberna pirata de Cracovia que sólo abre al
amanecer para quienes se desayunan con vodka y humo al son de un ronco
clarinete. En un principio, resultó exasperante establecer la conexión. De
pronto, las palabras irrumpieron en la pantalla. Para empezar, formulé una
pregunta prosopopéyica. Paso a connotar el resultado.
Pregunta. La realidad es un
bosque muy variado. Fracasa quien pretende describirla. Uno puede ser árbol o
matojo, pájaro, tigre o lagartija, piedra, liquen, mosca, nube o bacteria,
aire, agua, viento o fuego, sima o cima, caverna o abismo, enredadera.
¿Desaparece la montaña cuando miramos al mar?
Respuesta. Solemos ser obtusos
cuando hablamos a la ligera de la realidad. Nuestra única realidad, en este
momento, es el lenguaje. Aténgase a ello.
P. Perdone. No pretendía
hablar de realidad sino de perspectiva.
R. La perspectiva es tan
cambiante como la realidad. Le recuerdo que esto es sólo, una entrevista, un
deleznable género li- _ terario que goza de
absoluta impunidad. Diga lo que quiera, pero no suscite mi complicidad.
P. De acuerdo. La
ausencia de pensamiento en los dispositivos parlantes, eso que usted llama
“quitar el antifaz”, nos revela el comportamiento de la mente humana, donde el
yo pensante es una hipótesis o suposición del propio engranaje mental, ¿quién
dicta las palabras que estoy pronunciando, señor Lem?
R. Lem son sólo las siglas de un módulo de exploración provisto de un diminuto
cerebro electrónico incapaz de responder a preguntas de índole ontològica.
P. Sin embargo, ese
módulo llamado Lem ha escrito treinta y tantos libros y ha
emitido afirmaciones tan singulares como la de que todo lo creado en el siglo
XX no vale nada.
R. Eso es evidente. El siglo
XX ha sido sólo un intento de puesta a punto de estrategias tecnológicas cuya
validez intrínseca es nula.
P. Supongo
que se trata de una boutade, no se puede negar la
evolución, por artificial y catastrófica que resulte, de todo un siglo de extraordinarios
descubrimientos.
R. Si echa jabón en una
palangana llena de agua y la agita, brotarán burbujas, pero las burbujas son
efímeras y su contenido es nada.
P. ¡Qué fracaso!
R. Ni éxito ni fracaso,
trampa.
P. Si se trata de trampa
y la llamada evolución es sólo huida hacia adelante que produce
transformaciones triviales, ¿no estamos abocados a la catástrofe?
R. Sí.
P. ¿Qué
esperanza podemos tener?
R. Cada cual es libre de
elegir su opción más esperanzadora.
P. Pero,
¿es posible la esperanza?
R. La esperanza, sí.
P. Me
refiero a una esperanza que corresponda a nuestras apetencias humanas.
R. La esperanza no es más
que una apetencia humana. Una veleidad psicológica que de no estar acorde con
el código en funciones conlleva desesperación. Es posible, pero superflua.
P. ¿Engañosa?
R. No engañosa, superflua.
Quizá encubridora. Pero no impartamos más opiniones. Resultaría más interesante
tratar de averiguar las fronteras que nuestro diálogo establece limitando la
imaginación o reconvirtiéndola en aderezo residual.
P. ¿Algo
así como lo de la flecha de Lucrecio, lanzada desde los límites del universo
para demostrar que el universo no tiene límites?
R. Esa es una estúpida
especulación. Nosotros sólo podemos comprobar los límites de nuestros
circuitos mentales, explorar los códigos diferentes del pensamiento
ininterrumpido y agotarnos en el empeño sin llegar jamás a conclusiones porque
sólo somos receptores de ruido que nos obstinamos en organizar, confundiendo
el orden con el sentido.
P.¿Y qué sentido tiene eso?
R.Ninguno, por supuesto. No
tiene sentido, pero funciona. Sin exceder jamás el tejemaneje del lenguaje,
hasta que el lenguaje se modifica por desgaste y sobreviene un estado
ensimismado que nos hace atisbar la existencia del silencio como liberación.
Esa fisura ahistórica produce inmediato pánico y reanudamos la noria del
discurso en curso, reiterándonos en círculos viciosos, y todos los círculos lo
son, hasta la muerte y destrucción del cerebro.
P. ¡Caramba!
R. Bonita palabra, ¿qué
significa?
P. No significa, denota.
R. Estupor, supongo.
P. Asombro.
R. Imaginemos que fuera
la palabra primigenia, la que primero pronunció el hombre primitivo al
producirse el primer destello de consciencia y vislumbrar la realidad,
¡caramba!
P. Cabria plantearse
incluso si pronunció la palabra porque descubrió la realidad o descubrió la
realidad porque pronunció la palabra. “Caramba” equivaldría al “ábrete sésamo”
de la conciencia.
R. Si fue antes o después
no cambia nada. Ahí radica la irrisión de nuestras elucubraciones. La
causalidad o casualidad es irrelevante desde el momento en que el tiempo es
reversible pero irreparable. Aunque nuestra percepción alterara lo real y realmente
desapareciera la montaña cuando miramos al mar, no solucionaríamos el problema
porque un tornillo apretado en sueños ño resuelve una situación que existe
cuando uno está despierto.
P. Eso me recuerda lo de
“si tuerces a la izquierda, perderás la cabeza. Si tuerces a la derecha,
morirás. Y no hay camino de retorno”.
R. Exactamente.
P. También lo de
“salvaréis al hombre rechazando todo lo humano”.
R. Efectivamente. Pero no
cometamos la puerilidad de atribuir al dudoso concepto de “lo humano”
cualidades específicas que lo conviertan necesariamente en una alternativa
menos desastrosa. Tenemos razones para pensar todo lo contrario. El animal
humano, más allá de sus buenas o malas intenciones, biológica o
psicológicamente, con alma o sin ella, calzado o descalzo, es un proyecto más
de la naturaleza en un contexto cósmico, dudosamente amable, aparentemente
hostil, probablemente indiferente, y del que, en cualquier caso, es imposible
emanciparse porque no conocemos ni conoceremos el universo, por muchos siglos
que consigamos sobrevivir y por mucha tecnología que obtengamos o nos sea dada.
Es bastante tonto hablar de lo humano porque el hombre vive fuera de casa.
P. Pero
estamos aquí.
R. Sí. En una pantalla de
ordenador, en un espacio imaginario donde las palabras confluyen, en una
taberna inexistente de la ciudad de Cracovia, fuera hace frío, el suelo está
helado, y de repente todo esto se habrá esfumado, mientras un lector perplejo
descubre nuestra conversación fosilizada en la página de un periódico y su
mirada aliviada se topará, por fin, con el punto final, y exclamará
“¡Caramba!”.
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