29/12/13

Stanislaw Lem y Gonzalo Suarez, conversación de 1996

LA TABERNA de CRACOVIA ¡Caramba!
13 julio 1996
El escritor y director de cine Gonzalo Suarez mantuvo una charla con el escritor polaco Stanislaw Lem, uno de los grandes maestros de la ciencia ficción que trasciende el género por su originalidad, su reflexión ética y su habilidad para la intriga, la conversación se realizo a través de un ordenador.

“El animal humano es un proyecto más de la naturaleza en un contexto cósmico” 
                                                        S.Lem

Una insidiosa sordera le mantenía aislado. Su es­posa puso como condi­ción hablar en ruso o en alemán. La mediación de un intérprete fue desestimada. Por fin, el profesor Lem accedió a conceder la entrevista a través de un ordenador instalado en una taberna pirata de Cracovia que sólo abre al amanecer para quienes se desayunan con vodka y humo al son de un ronco clarinete. En un principio, resultó exasperante establecer la conexión. De pronto, las palabras irrumpieron en la pantalla. Para empezar, formulé una pregunta prosopopéyica. Paso a connotar el resultado.
Pregunta. La realidad es un bosque muy variado. Fracasa quien pretende describirla. Uno puede ser árbol o matojo, pája­ro, tigre o lagartija, piedra, li­quen, mosca, nube o bacteria, aire, agua, viento o fuego, sima o cima, caverna o abismo, enre­dadera. ¿Desaparece la mon­taña cuando miramos al mar?
Respuesta. Solemos ser obtusos cuando hablamos a la ligera de la realidad. Nuestra única realidad, en este momento, es el lenguaje. Aténgase a ello.
P. Perdone. No pretendía ha­blar de realidad sino de perspecti­va.
R. La perspectiva es tan cam­biante como la realidad. Le re­cuerdo que esto es sólo, una en­trevista, un deleznable género li- _ terario que goza de absoluta impunidad. Diga lo que quiera, pero no suscite mi complicidad.
P. De acuerdo. La ausencia de pensa­miento en los dispositivos parlantes, eso que usted llama “quitar el antifaz”, nos revela el comportamiento de la mente humana, don­de el yo pensante es una hipótesis o suposi­ción del propio engranaje mental, ¿quién dicta las palabras que estoy pronunciando, señor Lem?      
R. Lem son sólo las siglas de un módulo de exploración provisto de un diminuto cerebro electrónico incapaz de responder a preguntas de índole ontològica.
P. Sin embargo, ese módulo llama­do Lem ha escrito treinta y tantos li­bros y ha emitido afirmaciones tan sin­gulares como la de que todo lo creado en el siglo XX no vale nada.
R. Eso es evidente. El siglo XX ha sido sólo un intento de puesta a punto de es­trategias tecnológicas cuya validez intrínseca es nula.
P. Supongo que se trata de una boutade, no se puede negar la evolución, por artificial y ca­tastrófica que resulte, de todo un siglo de ex­traordinarios descubrimientos.
R. Si echa jabón en una palangana llena de agua y la agita, brotarán burbujas, pero las burbujas son efímeras y su contenido es nada.
P. ¡Qué fracaso!
R. Ni éxito ni fracaso, trampa.
P. Si se trata de trampa y la llamada evo­lución es sólo huida hacia adelante que pro­duce transformaciones triviales, ¿no estamos abocados a la catástrofe?
R. Sí.
P. ¿Qué esperanza podemos tener?
R. Cada cual es libre de elegir su opción más esperanzadora. 
P. Pero, ¿es posible la esperanza?
R. La esperanza, sí.
P. Me refiero a una esperanza que corres­ponda a nuestras apetencias humanas.
R. La esperanza no es más que una apeten­cia humana. Una veleidad psicológica que de no estar acorde con el código en funciones conlleva desesperación. Es posible, pero superflua.
P. ¿Engañosa?
R. No engañosa, superflua. Quizá encubri­dora. Pero no impartamos más opiniones. Re­sultaría más interesante tratar de averiguar las fronteras que nuestro diálogo establece limi­tando la imaginación o reconvirtiéndola en aderezo residual.
P. ¿Algo así como lo de la flecha de Lucre­cio, lanzada desde los límites del universo para demostrar que el universo no tiene límites?
R. Esa es una estúpida especulación. Noso­tros sólo podemos comprobar los límites de nuestros circuitos mentales, explorar los códi­gos diferentes del pensamiento ininterrumpido y agotarnos en el empeño sin llegar jamás a conclusiones porque sólo somos receptores de ruido que nos obstinamos en organizar, con­fundiendo el orden con el sentido.
P.¿Y qué sentido tiene eso?
R.Ninguno, por supuesto. No tiene sentido, pero funciona. Sin exceder jamás el tejemaneje del lenguaje, hasta que el lenguaje se modifica por desgaste y sobrevie­ne un estado ensimismado que nos hace atisbar la existencia del silencio como liberación. Esa fi­sura ahistórica produce inmedia­to pánico y reanudamos la noria del discurso en curso, reiterándo­nos en círculos viciosos, y todos los círculos lo son, hasta la muer­te y destrucción del cerebro.
P. ¡Caramba!
R. Bonita palabra, ¿qué signi­fica?
P. No significa, denota.
R. Estupor, supongo.
P. Asombro.
R. Imaginemos que fuera la pa­labra primigenia, la que primero pronunció el hombre primitivo al producirse el primer destello de consciencia y vislumbrar la reali­dad, ¡caramba!
P. Cabria plantearse incluso si pronunció la palabra porque des­cubrió la realidad o descubrió la realidad porque pronunció la pa­labra. “Caramba” equivaldría al “ábrete sésamo” de la conciencia.
R. Si fue antes o después no cambia nada. Ahí radica la irri­sión de nuestras elucubraciones. La causalidad o casualidad es irrelevante desde el momento en que el tiempo es reversible pero irreparable. Aunque nuestra per­cepción alterara lo real y realmen­te desapareciera la montaña cuando miramos al mar, no solu­cionaríamos el problema porque un tornillo apretado en sueños ño resuelve una situación que existe cuando uno está despierto.
P. Eso me recuerda lo de “si tuerces a la iz­quierda, perderás la cabeza. Si tuerces a la de­recha, morirás. Y no hay camino de retorno”.
R. Exactamente.
P. También lo de “salvaréis al hombre re­chazando todo lo humano”.
R. Efectivamente. Pero no cometamos la puerilidad de atribuir al dudoso concepto de “lo humano” cualidades específicas que lo conviertan necesariamente en una alternativa menos desastrosa. Tenemos razones para pen­sar todo lo contrario. El animal humano, más allá de sus buenas o malas intenciones, biológica o psicológicamente, con al­ma o sin ella, calzado o descalzo, es un proyecto más de la naturaleza en un contexto cósmico, dudosamente ama­ble, aparentemente hostil, probable­mente indiferente, y del que, en cualquier ca­so, es imposible emanciparse porque no cono­cemos ni conoceremos el universo, por mu­chos siglos que consigamos sobrevivir y por mucha tecnología que obtengamos o nos sea dada. Es bastante tonto hablar de lo humano porque el hombre vive fuera de casa.
P. Pero estamos aquí.
R. Sí. En una pantalla de ordenador, en un espacio imaginario donde las palabras confluyen, en una taberna inexistente de la ciudad de Cracovia, fuera hace frío, el suelo está helado, y de repente todo esto se habrá esfumado, mientras un lector perplejo des­cubre nuestra conversación fosilizada en la página de un periódico y su mirada aliviada se topará, por fin, con el punto final, y ex­clamará “¡Caramba!”.

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