Novedosa Gladys podrá reposar, se
terminaron las sumersiones al infierno en busca de lo distinto. Las
posibilidades de combinación del lenguaje se han agotado luego de un uso
desmedido de más de 30 siglos, ¿quién se atreve hoy a seguir mezclando adjetivos
y adverbios buscando el punto más allá que soñara Breton? Se terminaron los
paseos dominicales en torno a la plaza en ruinas del lenguaje, las milicias
cansadas de Elliot muertas al fin. El lenguaje se niega a seguir siendo usado y
definido por su función expresiva; es, ante todo, una materia, un objeto de
naturaleza fónica primero, luego visual-fónica y, ahora, libre del lastre de la
significación, instrumento de localización de la poesía.
El significante, tradicional
evocador de imágenes por asociación psíquica, se ha erigido en el verdadero
protagonista de la poesía. De todos los componentes de la relación
significante-significado apenas si quedan algunos cuajarones de la relación
significante-objeto que perdura gracias a los viejos hábitos perceptuales. El
significante ya no evoca imágenes, ni identifica sentimientos, ni transmite
estados de ánimo. Los elementos del lenguaje se transmiten a sí mismos. Nada de
sentidos, nada de conceptos, nada de hipérboles. Si la relación
significante/significado siempre ha sido un sistema convencional de signos
creados para comunicación entre los hombres, ¿por qué utilizarlo, con qué
autoridad se nos impone una herramienta ineficaz para develar lo poético cuando
ya ha demostrado largamente su incapacidad?
La férrea tiranía del
poeta-genio-talento insustituible-brujo de la tribu ha desaparecido. El poema
ha dejado de ser vehículo de caprichos, de lamentos, de procesos emocionales
que sólo interesan al autor y que se imponen al lector pasivo por la sola
autoridad de aquél. Ahora ambos, el productor y el consumidor de poemas, son
los creadores, los que actualizan el material poético. La antigua relación
poética lector/oyente desaparece en virtud de que el proceso emocional o
transmisor de informaciones o vocero de inquietudes sociales o metafísicas o de
localización de la poesía pertenece a ambos y ambos son responsables de la
realización total del acto poético. La poesía, creándose al mismo tiempo que se
actualiza, al mismo nivel de la acción y no por delante como vaticinaba Rimbaud.
Ambos asumiendo su responsabilidad frente a la poesía y frente a la realidad.
No más receptáculos de imposiciones, de credos de morir habemus, de
confidencias, de trivialidades, sino responsables de actos y situaciones ante
las cuales habrán de ejercer su libertad de elección. Se ha esclavizado a las
palabras haciéndolas transportes de tonterías, mudanzas de malas conciencias;
ahora las palabras han dejado de ocultar el arte, retoman su primigenia
condición de actos, de objetos. Específicamente servirán en sus funciones
tradicionales: transmitir información, pero no para transfigurar la realidad
tal como se ha intentado hasta ahora, mecanismo viejo e inservible, obnubilador
de la angustia temporal de seres que no toleran lo real, adviniendo a todas las
tecleantes posibilidades de la relación significante/significado, con sus
oscuras y personales simbologías, con sus ambigüedades de conceptos y con sus
seguras modificaciones diacrónicas. Ahora la opción es comprender, reaccionar y
modificar la realidad y no resistirla pasivamente. El hombre es responsable de
lo que sucede; es un ser histórico, obra sobre la realidad mal que le pese y
pretende olvidarlo por el camino fácil de la simbolización. La nueva poesía
induce al acto y, por analogía, esa actitud se traslada al resto de sus
actividades. La poesía es acto, no pensamiento. La vieja aspiración de los
traficantes de ilusiones: la identificación, desaparece por su propia
imposibilidad, ahora habrá que incorporarse o rechazar esos objetos llamados
poemas visuales, pero en todo caso por movimiento y no por intermediación de
elementos ajenos a la actualización de la poesía. Las palabras cumplían esa
función celestinesca, de acarreadoras de conceptos; ahora su ajenidad, propia
de los objetos, se vuelca en modificaciones y en trastornos.
De ninguna manera la nueva poesía
niega la importancia de la función expresiva del lenguaje, gracias a ella el
hombre se comunica con sus semejantes, aprende, comprende y conoce la realidad
y es capaz, mediante esa función de trasmitir ese conocimiento o interpretarlo,
de la misma manera que interpretarlo la información que le proporciona un mapa,
por ejemplo, podrá dirigirse a donde quiera; ¿pero qué tienen que ver los mapas
con un arte en donde el elemento específico fueran precisamente los mapas, qué
tiene que ver la función expresiva del lenguaje con la poesía, qué tiene que
ver el rojo de un semáforo con el rojo de un pintura figurativa? En el primer
caso son obligados a significar algo que se decreta por convención, por
contrato; en el segundo actúan tal como son.
Hasta ahora la poesía tradicional
ha sido una pretendida arma para destruir o afirmar los sistemas, sin advertir
que por su propia índole de actividad desarrollada en uno de los paneles
subalternos de los sistemas, era imposible e hipócrita el talento. Esos actos
fallidos han demostrado su incapacidad para alterar algo. Es imposible
sustituir lo real. Todos cabalgamos sobre Babieca y perseguimos a los Bactrianos.
La poesía connotada de revolucionaria que ha expresado el deseo de realizarla
fracasa desde el comienzo, ilusiona y exalta pero no protege de las balas ni
toma el poder. Para peor aún los poetas ni siquiera han posibilitado la
revolución desde lo que escriben. Las buenas intenciones están bien para los
confesionarios. Inducir criterios que se consideran justos y necesarios está
bien para la insustituible condición social del lenguaje, no para la poesía a
quien concierne ella misma y sus elementos. La unicidad del hombre -si la
conquista- actuará por sí misma: si es revolucionaria esa actitud se trasladará
a todas sus actividades: las que desarrolla en socavar los cimientos del
sistema injusto en su base, es decir, en su infraestructura económica-social y
las que desarrolla a niveles subsidiarios como lo son el arte y la docencia,
por ejemplo. Ahora la poesía nos obligará, por su específica condición de
objeto, al ejercicio de la libertad y a la elección, sin tapujos, de las
actitudes frente a ella y frente al resto de la realidad que integra y, por
último, a jugarse íntegramente en la elección. Se terminaron los flirteos con
la progresividad, el revolucionarismo de los mercaderes del templo, la
amoralidad del poeta genial y único; a todos concierne, todos somos creadores;
la poesía en manos de los inocentes.
* Publicado en la
revista Ovum 10, nro. 1,
Montevideo, Uruguay, diciembre de 1969.
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