7/12/17

Manifiestos de la nueva poesía 1969. Clemente Padín

La sintaxis, los nexos, las expresiones causales, los sintagmas, las bimembraciones, la redundancia, los diccionarios, la adjetivación; las estrofas unitivas, los grupos semánticos determinativos, el sujeto, los neologismos, el verbo, las anomalías flexivas, el complemento, la versificación; los paradigmas, los pronombres, la gramática: todo a la basura. Nada de imágenes inducidas con elementos ajenos a su propia naturaleza; basta de metáforas, indeciso segundo término de identificaciones triviales; basta de la excreta elegíaca del hombre con cara de pato. El lenguaje rompe con la tradición lingüística que se ha empecinado en definirlo por su función y no por su primaria condición de objeto. Guerra a la exclusiva y autoritaria función expresiva del lenguaje.

Novedosa Gladys podrá reposar, se terminaron las sumersiones al infierno en busca de lo distinto. Las posibilidades de combinación del lenguaje se han agotado luego de un uso desmedido de más de 30 siglos, ¿quién se atreve hoy a seguir mezclando adjetivos y adverbios buscando el punto más allá que soñara Breton? Se terminaron los paseos dominicales en torno a la plaza en ruinas del lenguaje, las milicias cansadas de Elliot muertas al fin. El lenguaje se niega a seguir siendo usado y definido por su función expresiva; es, ante todo, una materia, un objeto de naturaleza fónica primero, luego visual-fónica y, ahora, libre del lastre de la significación, instrumento de localización de la poesía.

El significante, tradicional evocador de imágenes por asociación psíquica, se ha erigido en el verdadero protagonista de la poesía. De todos los componentes de la relación significante-significado apenas si quedan algunos cuajarones de la relación significante-objeto que perdura gracias a los viejos hábitos perceptuales. El significante ya no evoca imágenes, ni identifica sentimientos, ni transmite estados de ánimo. Los elementos del lenguaje se transmiten a sí mismos. Nada de sentidos, nada de conceptos, nada de hipérboles. Si la relación significante/significado siempre ha sido un sistema convencional de signos creados para comunicación entre los hombres, ¿por qué utilizarlo, con qué autoridad se nos impone una herramienta ineficaz para develar lo poético cuando ya ha demostrado largamente su incapacidad?

La férrea tiranía del poeta-genio-talento insustituible-brujo de la tribu ha desaparecido. El poema ha dejado de ser vehículo de caprichos, de lamentos, de procesos emocionales que sólo interesan al autor y que se imponen al lector pasivo por la sola autoridad de aquél. Ahora ambos, el productor y el consumidor de poemas, son los creadores, los que actualizan el material poético. La antigua relación poética lector/oyente desaparece en virtud de que el proceso emocional o transmisor de informaciones o vocero de inquietudes sociales o metafísicas o de localización de la poesía pertenece a ambos y ambos son responsables de la realización total del acto poético. La poesía, creándose al mismo tiempo que se actualiza, al mismo nivel de la acción y no por delante como vaticinaba Rimbaud. Ambos asumiendo su responsabilidad frente a la poesía y frente a la realidad. No más receptáculos de imposiciones, de credos de morir habemus, de confidencias, de trivialidades, sino responsables de actos y situaciones ante las cuales habrán de ejercer su libertad de elección. Se ha esclavizado a las palabras haciéndolas transportes de tonterías, mudanzas de malas conciencias; ahora las palabras han dejado de ocultar el arte, retoman su primigenia condición de actos, de objetos. Específicamente servirán en sus funciones tradicionales: transmitir información, pero no para transfigurar la realidad tal como se ha intentado hasta ahora, mecanismo viejo e inservible, obnubilador de la angustia temporal de seres que no toleran lo real, adviniendo a todas las tecleantes posibilidades de la relación significante/significado, con sus oscuras y personales simbologías, con sus ambigüedades de conceptos y con sus seguras modificaciones diacrónicas. Ahora la opción es comprender, reaccionar y modificar la realidad y no resistirla pasivamente. El hombre es responsable de lo que sucede; es un ser histórico, obra sobre la realidad mal que le pese y pretende olvidarlo por el camino fácil de la simbolización. La nueva poesía induce al acto y, por analogía, esa actitud se traslada al resto de sus actividades. La poesía es acto, no pensamiento. La vieja aspiración de los traficantes de ilusiones: la identificación, desaparece por su propia imposibilidad, ahora habrá que incorporarse o rechazar esos objetos llamados poemas visuales, pero en todo caso por movimiento y no por intermediación de elementos ajenos a la actualización de la poesía. Las palabras cumplían esa función celestinesca, de acarreadoras de conceptos; ahora su ajenidad, propia de los objetos, se vuelca en modificaciones y en trastornos.

De ninguna manera la nueva poesía niega la importancia de la función expresiva del lenguaje, gracias a ella el hombre se comunica con sus semejantes, aprende, comprende y conoce la realidad y es capaz, mediante esa función de trasmitir ese conocimiento o interpretarlo, de la misma manera que interpretarlo la información que le proporciona un mapa, por ejemplo, podrá dirigirse a donde quiera; ¿pero qué tienen que ver los mapas con un arte en donde el elemento específico fueran precisamente los mapas, qué tiene que ver la función expresiva del lenguaje con la poesía, qué tiene que ver el rojo de un semáforo con el rojo de un pintura figurativa? En el primer caso son obligados a significar algo que se decreta por convención, por contrato; en el segundo actúan tal como son.

Hasta ahora la poesía tradicional ha sido una pretendida arma para destruir o afirmar los sistemas, sin advertir que por su propia índole de actividad desarrollada en uno de los paneles subalternos de los sistemas, era imposible e hipócrita el talento. Esos actos fallidos han demostrado su incapacidad para alterar algo. Es imposible sustituir lo real. Todos cabalgamos sobre Babieca y perseguimos a los Bactrianos. La poesía connotada de revolucionaria que ha expresado el deseo de realizarla fracasa desde el comienzo, ilusiona y exalta pero no protege de las balas ni toma el poder. Para peor aún los poetas ni siquiera han posibilitado la revolución desde lo que escriben. Las buenas intenciones están bien para los confesionarios. Inducir criterios que se consideran justos y necesarios está bien para la insustituible condición social del lenguaje, no para la poesía a quien concierne ella misma y sus elementos. La unicidad del hombre -si la conquista- actuará por sí misma: si es revolucionaria esa actitud se trasladará a todas sus actividades: las que desarrolla en socavar los cimientos del sistema injusto en su base, es decir, en su infraestructura económica-social y las que desarrolla a niveles subsidiarios como lo son el arte y la docencia, por ejemplo. Ahora la poesía nos obligará, por su específica condición de objeto, al ejercicio de la libertad y a la elección, sin tapujos, de las actitudes frente a ella y frente al resto de la realidad que integra y, por último, a jugarse íntegramente en la elección. Se terminaron los flirteos con la progresividad, el revolucionarismo de los mercaderes del templo, la amoralidad del poeta genial y único; a todos concierne, todos somos creadores; la poesía en manos de los inocentes.

* Publicado en la revista Ovum 10, nro. 1, Montevideo, Uruguay, diciembre de 1969. 
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