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“…barro nutricio sobre el cual se escribieron La palabra Rabia y Transversal, ha decidido finalmente abandonar su madriguera Animal Escaso. Padre y madre de los libros anteriores, los crió y vigiló desde su cuidadoso silencio. Ediciones Idea (Atlantica) de Tenerife se la jugaron por publicarlo. Estos poemas fueron escritos entre los años 2002 y 2005, aunque se han ido puliendo y decantando hasta hace poco. Corresponden a un registro fósil de una escritura antigua que desea aparecer, tardía, cuando sus hijos ya están crecidos, y oponer de esa manera su diferencia y romper con la unidireccionalidad de la progresión o evolución en el proceso de publicar.” Pedro Montealegre.
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Crónica: Recital en Librería Primado, 27 mayo 2010. 19.30 h. Pedro Montealegre (Santiago de chile. 1975) residente en Manises nos hizo temblar esta tarde cargada de nubes de tormenta en el altillo de la librería de Miguel Morata. Pedro arrancó después de la intro del editor Ernesto Suarez, elevó la voz y se adueño enseguida de todo el espacio escénico, golpeando sobre la mesa el libro con pasión, con una fuerza volcánica que vomitaba imágenes intensas, real y surreales en un (a mi parecer) único poema-libro, el poeta se entrega al lector, al oyente, se desnuda y nos muestra su laberintico interior, una vida irradiada por la poesía. Sin duda Pedro domina un amplísimo vocabulario, es culto y leído, se perciben sus influencias y lecturas pero consigue una voz única, aunque lleva tiempo con nosotros no ha perdido esa aura chilena que le hace peculiar en nuestro vieja Europa. Su lectura nos dejó anonadados a los asistentes cumpliendo a la perfección el ritual de entrega que debe realizar el poeta hacia los otros, el compartir su visceralidad y su universo. Buen libro Sr. Montealegre, recomendable su viaje interior, su animal escaso.
Félix Menkar
Materiales
1
El frío te roba la cara. Te sienta en un plato con hielo.
de esa forma –embalsamado– las agujas te marcan. Eres
estalactita –o casi no. Alfiler nacido de roca. Te tiran
granos de miel, arroz dulce –de puro gélido– y subes, silbas
por la onomástica –la ciudad–: el esputo, la pelambrera, la
resaca de la nube –se te da íntegra, a la inversa, toda
congelada– agrisando el vidrio con moho; llaves
no te entran, la bondad de las estufas: el calor de afuera
no convence. Hay blanco. El frío te roba. Te lija. Te hace
resbalar por la escalera: flor soplada para empalidecer el texto,
nieve que sube y no al revés. Una vela de hielo, tu esternón
humeando.
Lo que se consume es más, tos teñida de azul: afuera te quitan
la cara de un corte: lengua, gillette. Te pegan el rostro de un perro.
De una perra vieja –la enterraron bajo el cirro. No caía lluvia.
No habían gotas, nada líquido. Sí escombros. Clavos dulces.
Esquirlas de una bomba fría, arcángel con sonido de un copo
al tocar la hojalata. Te tragas el puñal –mejor amigo– el tallo
fino de la mosqueta: el capullo afuera no significa nada
más: la asfixia. La fobia. La afasia. El frío te roba: es el sonido
de la cuchilla, su reflejo, el mismo del hielo al hacer la incisión.
Un perro apaleado en la calle gime –tu cara se le descose– la nieve
se hace púrpura, caramelo sobre un helado. Comer o no.
2
Es verdad: hay frío. Rocas de sal. Coraza
de cangrejo, otra roca –espera comerse ese hueco de pozo.
Cruje el desierto, su metro cuadrado, la orilla, la espuma,
cuencas de gaviota –devoradas por quimeras, gotas de vapor.
Y el dolor, mirar: sílex, yesca, llamarada, desconcharse
una piel sin caerse del todo, cerros haciendo visible el lugar
de una muerte –tácita– pero sin deteriorarse, momias,
cruz de manos
parecidas a sed. La lágrima, síntesis de un pequeño salar.
Los flamencos, de esa agua venenosa, filtran algo y les nutre.
Y tú, que cuando hablas te agrietas el pecho, oyes la rotura
de una quijada cayéndose –se entierra en sedimento, rumor de
escarabajo.
Entiendes de piedras (estás hecho de ellas). Un jirón de piel
sostiene lo ínfimo, agujero negro de bala, soga donde la pirita
ha sido alfabeto. Es verdad. No hay frío. Ni agua. Una libélula
voló directa al nervio. Dunas lamen dunas. No puntos
sino enormes granos de arena. El desierto limita con el mapa.
No barcos. El calor hace ulular las imágenes. El espejismo
es el espejo de los muertos. Y tú, que vives, sólo ves el rojo
galápago, sal en retirada, ventisquero, quemadura
que es aire.
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