NO QUIERO REBELARME, QUIERO
GANAR
[Una autobiografía, Assata
Shakur. Capitán Swing, 2013]
“El mundo no pertenecía a
los cowboys ni a los bandidos”, piensa
Assata Shakur en el momento en que ve llegar a la terminal del aeropuerto de La
Habana el avión en que viaja su hija Kakuya, su tía y su madre, tras largos
años de ausencias. “Cuba es un país de esperanza. Su realidad es tan diferente.
Me impresiona cuánto han conseguido los cubanos en tan poco tiempo de
Revolución. Por todas partes hay edificios nuevos: escuelas, bloques de
apartamentos, clínicas, hospitales y centros de día. No son como los
rascacielos del centro de Manhattan”. Ahora bien, Assata Shakur escribe “Una
autobiografía” (Capitán Swing, 2013), su autobiografía, antes de la caída del
bloque soviético, antes del periodo especial, antes del mercadeo histórico de
la utopía y, sobre todo, habiendo encontrado en la Revolución Cubana el asilo
político que le permitía, al menos, vivir.
Assata Shakur se escapó de
una de las innumerables prisiones norteamericanas en las que estuvo presa, y
encontró refugio en el enemigo del Imperio, ese mismo imperio que sometía a
mujeres y a negros (y mucho más a mujeres negras) en una lógica cultural (o social, o laboral,
etcétera) extraordinariamente violenta. “Cuando estaba en el Partido de las
Panteras Negras, solíamos llamar a la policía ‘cerdos fascistas’, pero yo les
llamaba fascistas no porque creyera que fuesen nazis sino por la forma en que
actuaban en nuestras comunidades. Por muchas veces que les hubiera llamado fascistas, me impactó
la verdad de mi propia retórica”. La realidad siempre acaba amoldándose a las
posibilidades de nuestro lenguaje, y
especialmente cuando Assata, todavía convaleciente por un tiroteo en el que
muere un policía federal de New Jersey, se ve inmovilizada en una cama de
hospital y rodeada de policías que la insultan y la humillan, y sobre todo
llevan tatuado en su cuerpo la esvástica nazi.
Con la misma brusquedad y
con la misma dureza arranca la autobiografía de Assata Shakur. Los capítulos
que relatan su viacrucis judicial, cambiando de celda en celda, de estado en estado y de
crimen en crimen, se ven completados (y compensados) por el relato de
su viaje iniciático hacia la conciencia social. Este testimonio experiencial, este alegato en favor de la
lucha por los derechos de las minorías, recorre la memoria familiar de su
abuela y su tío, que hablaban de igualdad a escondidas y que arrancaban
carteles racistas en las calles de Willmington, Carolina del Norte; la pobreza
de su madre y de su tía en los apartamentos suburbiales de Nueva York; las
violaciones en grupo que adolescentes negros inflingían a jóvenes negras en el
infierno de Harlem; los engaños en los contratos laborales, las manos ligeras
de los patrones, la soberbia blanca de los jefes.
Y entre la condena de los
procedimientos judiciales y la memoria de toda una vida desgranada en razones
para luchar contra el odio, la triste historia de un país convulso que está
matando a sus mejores hijos y a sus mejores hijas para acercarse a su propio
mito de tierra prometida. “Han asesinado a Martin Luther King. [...] No
puedes cambiar a Martin Luther King por las cosas de los escaparates.
Reventar los cristales no servirá de nada. Estoy más allá de eso. Quiero
sangre. Los tanques están esperando para aplastar la resistencia, para ahogar
los disturbios. Se me pasa por la cabeza: quiero ganar. No quiero rebelarme,
quiero ganar”.
La personalidad arrolladora
de Assata Shakur, incansable frente a cualquier signo mínimo de desigualdad, la
llevó a militar brevemente en el Partido de los Panteras Negras y a integrarse
en el Ejército de Liberación Negro. Cuando intentaban convencerla de la no violencia, no entendía el
silencio como respuesta a una agresión. Nadie nos puede escupir. El descubrimiento de la fuerza de la organización obrera,
estudiantil y sindical (también el descubrimiento del comunismo, aunque
meramente en un plano intelectual) fue clave para encauzar todas aquellas
razones para la resistencia y para la lucha.
Resulta controvertido
reivindicar una figura política como la de Assata Shakur, y su legado en pro de
las mujeres y de los negros, sobre todo por la aceptación del uso de la violencia para
transformar un sistema represivo en una sociedad justa. Pero no toda violencia
carece de sentido, y es la historia y la
cultura la que otorgan valor y sentido a aquellas formas de la violencia en los
años 60, 70 y 80. Los medios, en ocasiones, no pueden empañar los fines y, ni
mucho menos, sus logros. Esta autobiografía se puede leer como el documento de
una época,. O como el testimonio de una guerrillera a lo largo del imperio,
desde Nueva York a California, pasando por la segregación sureña, y sufriendo
a criminales de Estado como Edgar Hoover, Richard Nixon o Ronald Reagan. O, en fin, se puede leer como la réplica a todas las infamias
que se pueden decir y a todas las humillaciones que se pueden hacer a una mujer
como Assata, a un pueblo como el afroamericano y a un sentido inequívoco de la
justicia como es el que muestra en cada página “Una autobiografía”. El mundo no
pertenece a los cowboys ni a los bandidos.
José Martínez Rubio
[Posdata, Levante EMV,
21/06/2013]
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