24/12/14

ELABORACIÓN DE UN MONÓLOGO. Raquel Rodríguez Alonso


 

           


¡ Santo dios!

               Tal vez sea mejor ¡Dios mío!

               Poco importa. La intención, el sentimiento queda más o menos claro. Comunico, ante todo intento comunicar. Al grano. Nada de conce­siones poético-artísticas, que luego me hago un lío.

               ¡Santo dios!

               Comunico. Susto, obviamente. Hasta ahí habíamos llegado todos. Y obviamente esta­rán todos deseosos de saber porqué susto.

               Es un tema delicado, uno no puede sol­tarlo así como así. Necesito una breve introduc­ción.

               En tiempos de los reyes católicos, los ju­díos...

               No. Demasiado. Es demasiado. A ver...

               Padezco de esquizofrenia desde la más tierna infancia. Me eduqué en un barrio de infelices proletarios inmigrantes de provincia que tenían que convivir a la fuerza con gitanos, “maleantes” y toneladas de heroína ace­chando sus pequeñas costumbres y su mora­lidad de provincias, y que me despreciaban por ser hija de uno de los comerciantes mayor diversión era aquella broma de mi padre es albañil, mi padre es barrendero, o mi madre es chacha, vivan los barrios bajos. O sea su mayor diversión era ridiculizar de 9 a 5 los dudosos trabajos que de 9 a 5 ocupaban mis vecinos del otro mundo, el del tercero, por ejemplo, que me regalaba cómics cuando me veía por la escalera, sin saber muy bien qué hacía, porque alguna vez que llegué toda con­tenta a enseñárselo a mamá me quitó espantada el Jueves de las manos y me sugi­rió que cada vez que volviese a ocurrir, le enseñara el ejem­plar, que Vicente era muy buena persona, pero que de vez en cuando se tomaba una copita de más. Así que crecí en la más absoluta contradic­ción, se me negó el concepto del bien y del mal, y cuanto más investigaba, más imposible se me hacía una teoría que aunase los dos criterios. Me sentía marginada en los dos sitios, pero tampoco lo llamaban marginación, era ese su concepto de lo bien hecho y lo mal hecho...

               Excesivo. Definitivamente no sirvo para esto de las medias tintas, mejor me salto el principio.

               ( Levanto la vista y me veo en el espejo. Me brillan los ojos. )

               Iremos pues directamente al grano. Reto­memos:

               ¡Santo Dios! (susto, pavor, casi dramá­tico). Me he dado cuenta de que he vuelto a sentir.

               Sentir, sentir... Esta palabra  es dema­siado ambigua. Se puede sentir hambre, frío, amor, odio, ternura... Vale. Ya está.

               Me he dado cuenta de que he vuelto a incu­bar sentimientos, ya sabes, amor, ternura, compasión... Y es que yo lo tenía muy claro, erradicar esas debilidades, casi lo había con­seguido. Mirada fría y dura, sonrisa ambigua a la par que irónica. Y por dentro, lo más impor­tante, ojos cerrados y hielo. Mucho más allá de los cero grados. Ya se sabe, si alguien pregunta, ataca, acusa, es que la vida me ha enseñado... mejor que el a ti que te importa, no es asunto tuyo, es mi estrategia y tu escasa mente no da para comprender. Cierra menos puertas.

               Detestaba mi propio sexo, el femenino, mi­soginia es la palabra técnica. De echo me lo tengo que recordar de vez en cuando, sobre todo a la hora de escoger el baño en locales públicos. Detesto mi propio sexo, por su actitud pasiva, mojigata, por sus mentiras estúpidas, por su sensibilidad empalagosa y resobada, mujeres de bello rostro que fingen flotar por la vida, todas mienten, y se acurru­can en brazos inocentes que confían en su inocencia para buscar amor y evitarse la pregunta de quién son realmente, qué quie­ren, qué buscan, qué son. Ahogan a sus amantes, a sus compañeros, a sus amigas, se ahogan entre ellas....

               Así que me disfracé de caballero, pantalón, camisa a rayas, pañuelo al cuello, rojo para más señas, chaqueta masculina de anchas hombreras y ojal vacío, y conseguí hacerme un sitio entre el colectivo masculino. Estudié sus palabras, sus gestos, su supuesta frialdad, y sin darme dema­siada cuenta, miraba y tocaba prietos culos femeninos. Sueños eróticos, o conversaciones sobre a quién me haría y a quién no. Pero las únicas referen­cias históricas que tenía a mano eran, Jorge el de los cinco, que se me había quedado un poco anticuado/a por la edad y que con eso de ser un personaje para niños no tenía ne­cesidades sexuales, y Juana de Arco, con la que no compartía exactamente su inspiración heroica. Me faltaban mitos, hitos, reflejos histó­ricos, seguir los pasos de quién. Vestida de hombre, cualquier mujer parece que se ha puesto mona para seducir.

               Mientras, una idea irónica me hacía reír de vez en cuando, me siento Edgar, refinado, inte­lectual, exquisito y sensible homosexual. Calce­tines rojos, a juego con el pañuelo, por su­puesto.

              

               Y en medio de la complejidad de mi perso­naje, imposible de clasificar, históricamente, humanamente, sexualmente, ahora esto. Susto. Ahora resulta que me da por volver a incubar sentimientos. Lo que faltaba. Ahora, por si fuera poco, mi yo femenino, que creía extirpado, se ha enamorado de mi personaje masculino. Se con­tonea en el espejo, se pone seductor.

Lo estamos complicando. Es imposible que nadie siga el hilo. Dentro de poco, ni yo misma voy a saber qué decir... Empecemos de nuevo, a ser posible sin tantos detalles.

               Detesto mi sexo. Preferiría ser hombre. O persona, cualquier cosa menos compartir sexo con esas arpías. Por ejemplo, ser homo­sexual. Ese aspecto femenino nada forzado que a las mujeres les sienta tan mal, resobado y resobado después de siglos de cultura, esa sensibilidad que en las mujeres se vuelve lágrimas a la mí­nima o sentimientos dulces en exceso, empala­gosos, esa inclinación por la suavidad que en las mujeres se vuelve blanda, algodonosa, como si ellos-¿nosotros?- los homosexuales, tuviesen la verdadera esencia de lo que es el lado feme­nino, recién descubierto, puro, sin leyes rígidas que indicaran la actitud a seguir, como ese lado femenino de las cosas libe­rado de las conven­ciones y de las ataduras que supone el aprendi­zaje de ser mujer.

Apología de la homosexualidad. Esto tam­poco me convence. Yo, lo único que quiero decir, es que, de repente había dejado de sentir, a fuerza de obscenidad, de corrup­ción interior, ironía, extirpar esas manías que la sociedad te im­prime. Y hoy, me he mirado al espejo del pa­sado y he sentido que...

               El amor sin sexo, o el sexo sin amor, que quede un paréntesis entre ambas prácticas, sino, es imposible seguir adelante, alguien morirá por el camino, evitar los sentimientos. Y hoy, al recordar que una vez sentí, o que yo sentía antes, he vuelto a sentir...

               No me van a entender, no se van a enterar de nada, tirar la toalla todavía que estoy a tiempo, decir no sé, que me gusta alguien y explicar que estoy enamorada, un final feliz, algo que les conmueva, dejarme de reivindi­caciones baratas, a quién le puede importar que me no encuentre mi sitio en esta socie­dad de sexos, no me van a entender, se ha­rán un lío, igual que me lo hago yo, y luego vendrán las consecuencias...

               Me gusta alguien.

               No, sería un problema, porque lo único que les interesaría saber es quién, y eso con todos mis respetos no es asunto de nadie, ni siquiera de quién.

               Pues lo voy a soltar así, como suena, pase lo que pase y digan lo que digan.

               Que me estoy haciendo un lío, que ya no sé si soy un hombre o una mujer, que no sé si lo que quiero hacer es ligarme a un tío mas­culino que me maltrate, o a uno de estos nuevos hom­bres sensibles de los noventa, todo tierno y comprensivo, o si mi odio por las mujeres es un problema freudiano de celos de mi madre, por follarse a mi padre y tener la desfachatez de concebirme y darme a luz sin ni tan siquiera consultarme antes, algún tipo de lesbianismo reprimido...

                              Esto no es un problema de tendencia sexual. Alguien me dijo que gritase, que gritase, que no parase de gritar nunca, y creo que es el mejor consejo que me han dado jamás. Vale ya de palabras escurridizas, al grano. Pasaremos al usted, por eso de guardar la distancia, que crean que me queda res­peto...

               Que si siempre tienen la entereza de defi­nirlo todo, de edificar límites allá por donde uno va, un pie en lo correcto, otro pie en lo inco­rrecto, sirenas rojas, cámaras de vídeo, vallas de protección, bolardos para no aparcar, defínanse ustedes, para al menos tener la no-referencia, el no-camino, dejen por fin esa ambigüedad llena de poesía a cinco duros, reconozcan su fracaso, señores, dejemos de fingir, todos estamos igual de perdidos, nadie sabe exactamente por donde hay que seguir, y sus benditas negaciones sólo logran despis­tarles y a ratos despistarnos,

 Arrêtez! A ver si en francés queda más claro

                Qué coño se creen que van a hacer con nuestra vida, han convertido todo en una amal­gama informe de confusión.... Que me expli­quen de una vez qué es lo que preten­den, a ver si de paso se enteran ustedes.



Raquel Rodríguez Alonso

Cortesía de MLRS (Manual de Lecturas Rápidas para la Supervivencia). Segunda Época. # 1. Enero-Febrero 98

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