28/12/10

Damien Hirst, o cómo sucumbir al prestigio

Un interesante articulo sobre Hirst, por cortesía de Ana Velez.....

“Mohefiu... fonu ma kete... mohe fiu... zer t da zete, kau no mahino poll. Kau no feta mau trall”. Algo así escuché cantar una y otra vez a cinco dominicanas mientras circulaban alrededor de una hoguera. Con ritmo sostenido arrojaban al fuego trapos y objetos que yo no podía distinguir bien en la semioscuridad. ¿Qué se puede pensar al respecto? ¿Estaban acaso ejecutando un ritual de vudú? A los escépticos puede impresionarles la forma mas no el significado de este y otros rituales semejantes. Los cristianos se pueden ofender con el artista Andrés Serrano por haber sumergido un crucifijo en un frasco lleno de orina; sin embargo, no solo los cristianos, en general todas las personas sienten algo levemente perturbador cuando alguien ha clavado agujas sobre fotografías de sus seres queridos. Estos ejemplos revelan una característica de la mente humana: creemos en la posibilidad de la existencia de un ánima dentro de los objetos inanimados y damos valor a los objetos simbólicos, pues, en muchos casos el símbolo no lo representa sino que lo remplaza, hace las veces del otro. Por tanto, la estatua de la virgen María de Sabaneta no podría ser más milagrosa que la de las Lajas, de hecho solo existe una madre de Jesús, pero muchos solo visitan la estatua que consideran más eficaz.
Los objetos artísticos, para el círculo del mundo del arte, poseen algo mágico. Los espectadores confían en que la pieza de arte tiene en su esencia algo más de lo que deja percibir, algo consustancial, invisible, que lo hace mejor, y no me refiero al contenido simbólico. El tiburón, la cebra, el toro, las calaveras, las vacas, las palomas, las ovejas, inmersos en tanques de formol y dispuestos en el museo de Historia Natural son interesantes por un minuto y aburridos después de haberlos visto una sola vez; no dejan un recuerdo que se quiera revivir. No obstante, ganan su interés cuando se exhiben como piezas de arte. Es difícil saber el porqué. Aunque la mayoría de las personas no entendamos la solución al último teorema de Fermat, aportada por Andrew Wiles, confiamos en que algunos matemáticos sí la entienden y pueden juzgarla. Respecto a las obras artísticas de Damian Hirst, ni los expertos se ponen de acuerdo. Tratemos de analizar qué ocurre aquí.


El comprador que pagó, en la exitosa subasta realizada por Hirst en la casa Sotheby’s, 17 millones de dólares por un bovino con pezuñas y cuernos de oro de 18 quilates y un disco, también de oro, sobre su cabeza, y aquel que pagó 3 millones de dólares por una estantería con 8.500 colillas de cigarrillos, no están pensando que sus recientes adquisiciones carecen de valor artístico. Es posible que ellos sientan la presencia en la pieza artística de esa especie de ánima, invisible para el que está por fuera de la élite del mundo del arte. Además, no sería raro que se apoyaran en la idea de que son arte conceptual y como tal, estas obras cuestionan y provocan revaluaciones que dan tema a filósofos y críticos de arte; o, al menos ellos, esperarán haber realizado una inversión económica afortunada y perdurable.

 

Hirst, en realidad, es el director de una gran empresa cuyos productos son obras de arte. En los dos últimos años fabricaron 223 piezas; quiere decir, una cada dos días en promedio. Hirst trabaja en equipo con Frank Dunphy, manager irlandés, experto en estrategias de mercado, quien anteriormente trabajaba para artistas de circo. Preliminar a la escandalosa subasta, que dejó a un lado el proceso usual de pasar por galerías y marchantes de arte, el equipo de Hirst invitó a una exhibición privada a grandes coleccionistas, como el diseñador Miuccia Prada, el negociante Victor Pinchuk y el dueño de la casa Christies, François Pinault. Hacer selección social es una manera de ir preparando el terreno para nuevos compradores, e invita indirectamente a la competencia. Los que han sido dejados afueran, más adelante tratarán de recuperar terreno y demostrar su poder económico.

Consideremos la posibilidad de que la obra de Hirst no tenga un valor artístico importante, y que sean algunas características de la sicología humana, que consideramos debilidades, las que permiten la existencia y repetición de este fenómeno. Una de las claves de la persuasión es concentrar la atención de mucha gente sobre un asunto: si todos miran hacia allí es porque “algo hay”, de lo cual se deduce que yo también debo mirar. Hirst ha logrado que los medios de comunicación enfoquen su atención en él. El artista “terrible” sabe escandalizar y no solo eso, también sabe con quién hacer alianzas. En otra ocasión, previa a esta última subasta, consiguió reunir un grupo de inversionistas para asegurar la compra de su obra más costosa: una calavera forrada en diamantes, con un valor estimado en cien millones de dólares y titulada For the love of God, what are you going to do next? (¿Por el amor de Dios, que vas a hacer ahora?, frase que su mamá le repetía cuando era niño). Dicen los chismes que la joya fue comprada por Jay Jopling, dueño de un gran club, Frank Dunphy, su manager, y el mismo Hirst. La noticia publicada en los medios fue: la calavera de diamantes se vendió por la astronómica cifra de… Hirst acostumbra ratificar así a sus posibles compradores en cuánto se vende lo que él produce.

Otra característica de la sicología humana es aquella sensibilidad que nos disminuye y minimiza frente a las personas que consideramos de más alta jerarquía social. Somos como lobos que respetan, obedecen y emulan a los líderes. Si los ricos y famosos compran, usan o poseen un bien, la tendencia es a valorar y creer que ese bien es importante y deseable. Los empresarios de la ropa deportiva lo saben; por ello, las estrellas del deporte exhiben sus prendas en la televisión. Ahora que el artista inglés es millonario, le es mucho más fácil imponer sus caprichos. No obstante, en ningún momento deja de utilizar la parafernalia que impresiona: exhibir sus obras en edificios tan elegantes como el Ritz, a los que no puede ingresar la gente común, o solo permitir la observación de las obras en sesiones de tiempo limitadas. En últimas, hacer uso de distintos efectos intimidantes: derroche, lujo, antesalas, presencia de guardas, etcétera. Una vez nos sentimos inferiores perdemos la confianza en nosotros mismos, en nuestras convicciones y criterios, entonces, ¿quién se atrevería a decir que el tiburón titulado Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living (La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo) es solo un tiburón muerto metido en un tanque?

Los sicólogos han encontrado que los seres humanos tendemos a equiparar costo y belleza. Si un objeto es caro, o difícil de conseguir, o cuesta mucho trabajo hacerlo, o solo pueden tenerlo unos pocos y la sociedad lo considera importante, se le adjudica belleza, se lo percibe bonito; ocurre con los carros, relojes, carteras y demás objetos o accesorios que hacen parte de la cultura material que nos rodea. Comprar una obra del artista inglés es una muestra social de que se tiene acceso a lo exclusivo, y como es carísimo se percibe hermoso.


Respondemos con una intensidad mayor a las experiencias que impliquen conocimiento de marca. En personas que se han prestado a experimentos para descubrir cómo nos altera sicológicamente la marca de un producto en el juicio que hacemos sobre este, se ha verificado que si, por ejemplo, el producto es Coca-cola o Pepsi, la respuesta cerebral (con electrodos en la cabeza que miden la actividad) es significativamente menor cuando los sujetos beben las gaseosas a ciegas, y por tanto dudan de lo que están bebiendo, que cuando lo hacen con la etiqueta de la botella al frente. La gente confía en la marca y reacciona positiva y emocionalmente a esta.

Los artistas han descubierto que la autoría puede trabajarse como una especie de marca, y la utilizan de la misma manera que lo hace el mercado. Damian Hirst no es solo un artista, es una compañía que fabrica piezas de arte para vender a precios astronómicos. Los precios del arte están determinados por el deseo de posesión de los compradores. Y ese deseo es manipulable, sobre todo, porque una de las cosas que compra el que invierte en arte es estatus. Hagamos el ejercicio de imaginar que el zoológico de Hirst es barato; que cada tanque, con animal adentro vale 2 millones de pesos. La obra caería en el desprestigio total. Sin duda, ningún rico aceptaría tener en su casa un tanque de esos. Como dice Mario Vargas Llosa: “El mercado no premia la excelencia artística sino la popularidad de una obra y ambas cosas no son lo mismo”.
Diamond Hirst o Damian Ritz serían nombres más apropiados para este artista del mercado que sin duda ha logrado hipnotizar a muchos; sin embargo, es bueno preguntarse si respondemos a sus obras por su mérito artístico o por nuestras particularidades sicológicas. Los medios les han otorgado significancia social pero ¿perdurarán como obras de arte?

ANA VELEZ. Medellín. Colombia.
copiado del blog CATRECILLO, recomendable para interesados en el Arte. Gracias


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